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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

Buen Suceso y le dan limosna lo mismo que a ti.<br />

-¡Cállate, cerda! Si eres más venenosa que un sapo. ¿Tú qué sabes?<br />

-¿Que no sé? Haz una apuesta. A que mañana domingo, si voy yo <strong>de</strong><br />

tu parte a las señoras <strong>de</strong>l coche y les digo que tú estás malo, -a que no<br />

me dan nada?<br />

-A que sí.<br />

-¿Cuánto apostamos?<br />

-Una botella.<br />

-Está.<br />

-Hay que ver en qué termina la apuesta -dijo el Corbata.<br />

Al día siguiente fue Juan. Santa Tecla paseaba por la era, dando<br />

muestras <strong>de</strong> impaciencia. El Corbata y el Chilina tomaban el sol,<br />

tendidos en la hierba. Al mediodía apareció la vieja en la vuelta <strong>de</strong>l<br />

camino con una botella en la mano.<br />

Santa Tecla sonrió.<br />

-¿Qué? -dijo cuando se asomó la vieja-. ¿Han dado?<br />

-Ná, ni una perra. Les dije: «¡Señoritas, una limosna pa el cie,’ guecito,<br />

que mi pobre marío está mu malo y no tenemos ni pa melecínas!»<br />

¿Y qué?<br />

-Pus ná, que entraron en la iglesia sin mirarme. Luego las seguí hasta<br />

su casa... y la señora ha llamao al portero y le ha dicho que me eche. ¡Ah,<br />

perras! Aquí traigo la botella. ¡Dame los dos reales!<br />

-¡Los dos reales! ¿Pero tú te has figurao que a mí me la das? Lo que te<br />

voy a dar es un estacazo por liosa.<br />

-No pagues, si no quieres. Pero, que me muera si no es verdad lo que<br />

digo.<br />

-Bueno, trae la botella -y Santa Tecla cogió la botella, la <strong>de</strong>stapó y<br />

comenzó a beber y a murmurar:<br />

-¡Desagra<strong>de</strong>cías, más que <strong>de</strong>sagra<strong>de</strong>cías!<br />

-¿Ves? -gritaba la vieja atenta al odio más que a la golosina-. ¿Ves lo<br />

que son?<br />

-¡Desagra<strong>de</strong>cías! -gruñía el viejo.<br />

-Pero oiga usted compadre -le preguntó el Corbata en tono <strong>de</strong> chunga-.<br />

¿Usted qué ha hecho por esa gente? ¿Rezar?<br />

-¿Y te parece poco? -replicó el mendigo, componiendo el semblante.<br />

-A mí, muy poco.<br />

-Si tú eres un hereje, yo no tengo la culpa -refunfuñó el viejo con la<br />

barba llena <strong>de</strong> vino. El Corbata y el Chilina se echaron a reír a<br />

carcajadas, mientras Santa Tecla, con la botella ya vacía en la mano,<br />

murmuraba entre dientes, cabeceando:<br />

-Son unas <strong>de</strong>sagra<strong>de</strong>cías. ¡Para que haga uno por ellas nada!<br />

Juan había contemplado entristecido la escena. Vino la Filipina; el<br />

Chilina se acercó a ella a pedirle el dinero que había ganado. Era<br />

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