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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

gran<strong>de</strong> pintarrajeada.<br />

La churrería estaba al otro lado <strong>de</strong>l solar. Era una barraca hecha <strong>de</strong><br />

tablas pintadas <strong>de</strong> rojo; tenía el tejado <strong>de</strong> cinc, y por en medio <strong>de</strong> él, salía<br />

una alta y gruesa chimenea, sujeta por cuatro alambres y adornada con<br />

una caperuza.<br />

Como trazo <strong>de</strong> unión entre la churrería y la taberna, estaba el juego <strong>de</strong><br />

bolos. Tenía éste su entrada por una valla pintada <strong>de</strong> rojo con un arco<br />

en la puerta. Se dividía en dos plazas separadas por un gran tabique o<br />

biombo, hecho con trapos sujetos con un alto bastidor. En el fondo, en<br />

un sotechado con gradas, se colocaban los espectadores.<br />

Dando la vuelta al juego <strong>de</strong> bolos había una casita blanca casi cubierta<br />

con enreda<strong>de</strong>ras; <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ésta, un antiguo inverna<strong>de</strong>ro arruinado, y<br />

junto a él, una noria, cuya agua regaba varios cuadros <strong>de</strong> hortalizas. Al<br />

lado <strong>de</strong>l inverna<strong>de</strong>ro, medio oculto entre altos girasoles, se veía un coche<br />

viejo, una antigua berlina <strong>de</strong>strozada, sucia, con las portezuelas abiertas<br />

y sin cristales, que servía <strong>de</strong> refugio a las gallinas. La churrería, la<br />

taberna y el juego <strong>de</strong> bolos eran <strong>de</strong> los mismos dueños: dos socios que<br />

habitaban en la casita <strong>de</strong> las enreda<strong>de</strong>ras.<br />

Los dos socios eran tipos diametralmente opuestos. Al uno, rubio,<br />

bastante grueso, con patillas, le <strong>de</strong>cían el Inglés; el otro, <strong>de</strong>lgado, picado<br />

<strong>de</strong> viruelas, con los ojos pequeños y enrojecidos, se llamaba Chaparro.<br />

Los dos habían sido mozos <strong>de</strong> café. Eran hombres que, con los genios<br />

más opuestos y contradictorios, se entendían admirablemente.<br />

Chaparro solía estar siempre en la taberna; el Inglés, siempre en el<br />

juego <strong>de</strong> bolos; Chaparro llevaba gorra; el Inglés, sombrero <strong>de</strong> jipijapa;<br />

Chaparro no fumaba; el Inglés fumaba en pipa larga; Chaparro vestía <strong>de</strong><br />

negro; el Inglés, trajes claros y anchos; Chaparro estaba siempre<br />

incomodado; el Inglés, alegre; Chaparro creía que todo era malo; el<br />

Inglés, que todo era bueno, y así, con esta disparidad absoluta, se<br />

entendían los dos compadres.<br />

Chaparro trabajaba mucho, no paraba nunca; el Inglés, más pacífico,<br />

miraba jugar a los bolos, leía el periódico, con sus anteojos puestos sobre<br />

la nariz, regaba sus plantas, que las tenía en cajas en gran<strong>de</strong>s jarrones<br />

<strong>de</strong> piedra, que <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> haber ido a parar allí <strong>de</strong> algún <strong>de</strong>rribo, y<br />

meditaba. Muchas veces no hacía ni esto siquiera; salía a la hondonada,<br />

se tendía al sol y contemplaba vagamente la sierra y la línea austera,<br />

apenas ondulada, <strong>de</strong> los campos madrileños bajo el cielo azul radiante.<br />

Una tar<strong>de</strong> paseaba Juan con un pintor <strong>de</strong>corador, a quien había<br />

conocido en la Exposición, por el paseo <strong>de</strong> Areneros, cuando vieron el<br />

juego <strong>de</strong> bolos <strong>de</strong>l Inglés, y entraron.<br />

-Aquí podríamos tomar algo -dijo Juan.<br />

-No habrá quien sirva -contestó el otro. Llamaron a un chico que<br />

recogía las bolas. -Ahí al lado, en la taberna, se pue<strong>de</strong>n uste<strong>de</strong>s sentar.<br />

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