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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

Al entrar en una calzada en cuesta, que llevaba al pueblo, se les acercó<br />

un hombre a caballo, ya viejo, y con boina.<br />

-¡Hola, señores! ¡Buenas tar<strong>de</strong>s! -dijo.<br />

-¡Hola, señor médico!<br />

-¿Quién es este muchacho?<br />

-Uno que hemos encontrado en el camino leyendo.<br />

-¿Lo llevan uste<strong>de</strong>s preso?<br />

-No.<br />

El médico hizo algunas preguntas a Juan, y éste le explicó adón<strong>de</strong> iba<br />

y lo que pensaba hacer; y hablando todos juntos, llegaron al pueblo.<br />

-Vamos a ver tus habilida<strong>de</strong>s -dijo el médico-. Entraremos aquí, en<br />

casa <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>.<br />

La casa <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong> era <strong>de</strong> esas tiendas <strong>de</strong>l pueblo en don<strong>de</strong> se ven<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> todo, y que son, a<strong>de</strong>más, medio posadas y medio tabernas.<br />

-Danos una hoja <strong>de</strong> papel blanco -dijo el médico a la muchacha <strong>de</strong>l<br />

mostrador.<br />

-No hay -contestó ella muy <strong>de</strong>sazonada.<br />

-¿Habrá un plato? -preguntó Juan.<br />

-Sí, eso sí.<br />

Trajeron un plato y Juan lo ahumó con el candil. Después cogió una<br />

varita, la hizo punta y comenzó a dibujar con ella. El médico, los dos<br />

guardias y algunos otros que habían entrado, ro<strong>de</strong>aron al muchacho y se<br />

pusieron a mirar lo que hacía, con verda<strong>de</strong>ra curiosidad. Juan dibujó<br />

una luna entre nubes y el mar iluminado por ella, y unas lanchitas con<br />

las velas <strong>de</strong>splegadas.<br />

La obra produjo verda<strong>de</strong>ra admiración entre todos.<br />

-No vale nada -dijo Juan-; todavía no sé.<br />

-¿Cómo que no vale nada? -replicó el médico-. Está muy bien. Yo me<br />

llevo esto. Vete mañana a mi casa. Tienes que hacerme dos platos como<br />

éste, y a<strong>de</strong>más un dibujo gran<strong>de</strong>.<br />

Los dos guardias también querían que Juan les pintase un plato; pero<br />

había <strong>de</strong> ser igual que el <strong>de</strong>l médico; con las mismas nubes, y las mismas<br />

lanchitas.<br />

Durmió Juan en la posada, y al día siguiente fue a casa <strong>de</strong>l médico, el<br />

cual le dio una fotografía para que la copiase en tamaño gran<strong>de</strong>. Tardó<br />

unos días en hacer su obra. Mientras tanto, comió en casa <strong>de</strong>l médico.<br />

Era este señor viudo y tenía siete hijos. La mayor, una muchacha <strong>de</strong> la<br />

edad <strong>de</strong> Juan, con una larga trenza rubia, se llamaba Margarita y hacía<br />

<strong>de</strong> ama <strong>de</strong> casa. Juan le contó ingenuamente su vida. Al cabo <strong>de</strong> una<br />

semana <strong>de</strong> estar allí, al <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> todos, le dijo a Margarita con cierta<br />

solemnidad:<br />

-Si consigo alguna vez lo que quiero, la escribiré a usted.<br />

-Bueno -contestó ella riéndose.<br />

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