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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

aquella...!», y algunas otras romanzas sentimentales.<br />

Manuel llamaba al ciego el Romántico, y por este nombre le conocían<br />

en la casa; la Salvadora solía echarle todos los sábados diez céntimos<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el balcón.<br />

Por las tar<strong>de</strong>s, Manuel, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el comedor, oía a las discípulas <strong>de</strong> la<br />

Salvadora cuando entraban. Notaba sus conversaciones en el portal, el<br />

crujido <strong>de</strong> los peldaños viejos <strong>de</strong> la escalera; luego sentía el beso que<br />

daban a la maestra, el ruido <strong>de</strong> la máquina, el chasquido <strong>de</strong> los bolillos<br />

y un murmullo <strong>de</strong> risas y <strong>de</strong> voces.<br />

Cuando las niñas se marchaban, entraba Manuel en la escuela y<br />

charlaba con la Salvadora. Abrían el balcón, las golondrinas trazaban<br />

rápidos círculos alegres y locos en el cielo rarificado; el aire <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong><br />

se opalizaba, y Manuel sentía lánguidamente el paso <strong>de</strong> las horas y<br />

contemplaba los crepúsculos tristes <strong>de</strong> cielo anaranjado, cuando en la<br />

callejuela solitaria se encendían los faroles y pasaban, haciendo sonar<br />

las esquilas, algunos rebaños <strong>de</strong> cabras.<br />

Un día Manuel tuvo un sueño que luego le preocupó mucho; soñó con<br />

una mujer que estaba a su lado, pero esta mujer no era la justa; era<br />

<strong>de</strong>lgada, esbelta, sonriente. En su sueño se <strong>de</strong>sesperaba por no<br />

compren<strong>de</strong>r quién era aquella mujer. Se acercaba a ella, y ella huía, pero<br />

<strong>de</strong> pronto la alcanzaba y la tenía en sus brazos palpitante. Entonces la<br />

miraba muy <strong>de</strong> cerca y la reconocía. Era la Salvadora. Des<strong>de</strong> aquel<br />

instante comenzó una nueva preocupación por ella...<br />

Una tar<strong>de</strong>, en la convalecencia, cuando aún Manuel se encontraba<br />

débil, hizo un calor bochornoso. El cielo estaba blanquecino,<br />

anubarrado; polvaredas turbias se levantaban <strong>de</strong> la tierra. A veces se<br />

ocultaba el sol, y el calor entonces era más sofocante. En el interior <strong>de</strong> la<br />

casa los muebles crujían con estallidos secos. Des<strong>de</strong> la ventana veía<br />

Manuel el cielo, que tomaba tintes amarillos y morados; <strong>de</strong>spués<br />

comenzó a oírse el rodar lejano <strong>de</strong> los truenos. Llegaba un olor fuerte a<br />

tierra mojada. Manuel, con los nervios en tensión, sentía una gran<br />

angustia. Brilló un relámpago en el cielo y comenzó a llover. La Salvadora<br />

cerró la ventana y quedaron en la semioscuridad.<br />

-¡Salvadora! -llamó Manuel.<br />

-¿Qué?<br />

Manuel no dijo nada; le agarró la mano y la estrechó entre las suyas.<br />

-Déjame que te bese -le dijo Manuel en voz baja.<br />

La Salvadora inclinó la cabeza y sintió en la mejilla el beso <strong>de</strong> los labios<br />

<strong>de</strong> Manuel, que quemaban, y él sintió en sus labios una frescura<br />

<strong>de</strong>liciosa. En aquel momento entró la Ignacia.<br />

A medida que Manuel iba restableciéndose, la Salvadora volvía a ser<br />

como habitualmente, igual en su carácter, tan amable para unos como<br />

para otros. Manuel hubiera querido una preferencia.<br />

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