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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

sitio <strong>de</strong>l escalo.<br />

La tapia estaba allí rota, <strong>de</strong>jando un boquete. Manuel se asomó por la<br />

abertura. Se veía el cementerio abandonado, con algunas lápidas<br />

blancas, que resplan<strong>de</strong>cían a la vaga claridad <strong>de</strong> las estrellas.<br />

No se oía nada. Juzgó Manuel que si se quedaba allí le podían<br />

<strong>de</strong>scubrir; volvió sobre sus pasos, y entró en un antiguo patio <strong>de</strong>l<br />

cementerio, ya abierto y sin cerca, en don<strong>de</strong> se levantaban unas<br />

casuchas <strong>de</strong>rrudas. Manuel recordaba que por allá había una puerta<br />

<strong>de</strong>svencijada que daba al camposanto. Efectivamente, la encontró; tenía<br />

gran<strong>de</strong>s rajaduras y se puso a mirar por una <strong>de</strong> ellas el interior <strong>de</strong>l<br />

cementerio.<br />

En aquel punto sonaron las horas.<br />

Por entre nubarrones apareció en el cielo la luna amarillenta y triste,<br />

ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> un gran cerco; las nubes iban pasando rápidamente por<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella. De pronto, Manuel vio en el cementerio dos bultos; luego<br />

el viento trajo un rumor lejano <strong>de</strong> voces.<br />

Escuchó con atención.<br />

-Tú vas con las letras <strong>de</strong> bronce a la calle <strong>de</strong>l Noviciado -<strong>de</strong>cía una voz-<br />

, y yo iré a la calle <strong>de</strong> la Palma.<br />

-Bueno -contestó la otra voz.<br />

-Y por la tar<strong>de</strong>, en el cafetín.<br />

Ya no se oyó más; Manuel vio a la luz <strong>de</strong> la luna, un hombre<br />

encaramado sobre el sitio <strong>de</strong>rruido <strong>de</strong> la tapia, y luego otro; <strong>de</strong>spués<br />

pasaron dos sombras rápidamente por el camino. Resonaron sus pasos<br />

recatados y se alejaron. Muy <strong>de</strong>spacio, Manuel salió <strong>de</strong>l escondrijo y<br />

regresó por la calle <strong>de</strong> Magallanes. En algunas ventanas brillaba la luz<br />

<strong>de</strong> los vecinos madrugadores. Manuel se acercó a su casa. La puerta<br />

estaba cerrada, pero el balcón había quedado abierto.<br />

-Vamos a ver si tengo pulso -se dijo Manuel, y se encaramó por la reja<br />

<strong>de</strong>l taller <strong>de</strong> Rebolledo, hasta agarrarse al hierro <strong>de</strong>l bancón; allá, con<br />

algún esfuerzo, logró subir. Cerró el balcón y volvió a acostarse...<br />

Al día siguiente Manuel contó a la Salvadora lo que pasaba. La<br />

muchacha quedó aterrada.<br />

-Pero ¿será verdad? ¿Habrás oído bien?<br />

-Sí; estoy seguro. ¿Se ha levantado Jesús?<br />

-No; creo que no.<br />

-Bueno; pues cuando se levante, dile a la Ignacia que le siga.<br />

-Bueno.<br />

Al volver Manuel a comer, la Salvadora le dijo que Jesús había ido con<br />

un saco oculto en la capa a una pren<strong>de</strong>ría <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong>l Noviciado.<br />

-¿Ves cómo es verdad?<br />

-Pues si lo cogen lo llevan a presidio.<br />

-Hay que quitarle la llave, y, a<strong>de</strong>más, asustarle.<br />

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