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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

El muchacho me miró con los ojos como ascuas... Se ale jaron. Des<strong>de</strong><br />

alguna distancia, La Marsellesa, cantada por miles <strong>de</strong> personas,<br />

resonaba como una tempestad, y yo veía por encima <strong>de</strong> la multitud<br />

on<strong>de</strong>ar la ban<strong>de</strong>ra roja, que brillaba, soberbia y triunfante, como una<br />

entraña sangrienta.<br />

El Libertario <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> hablar; los <strong>de</strong>más quedaron silenciosos. En las<br />

pupilas <strong>de</strong> todos había como un <strong>de</strong>stello siniestro, y en los labios<br />

contraídos, una expresión <strong>de</strong> amargura. Afuera caía mansamente la<br />

lluvia suave <strong>de</strong> la primavera...<br />

-Ése no era más que un sentimental -dijo <strong>de</strong> pronto Prats.<br />

-¿Y qué? -preguntó Juan.<br />

-Creía en la Anarquía como en la Virgen <strong>de</strong>l Pilar.<br />

-En todo lo que se cree, se cree lo mismo -contestó Juan.<br />

-Yo -dijo Skopos, que era un muchachito afeitado, grabador, hijo <strong>de</strong> un<br />

griego, ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> esponjas, y que acababa <strong>de</strong> ingresar en el grupoconocí<br />

a Angiolillo en Barcelona; nos reuníamos unos cuantos en un<br />

cafetín próximo a la Rambla. Casi todos éramos anarquistas platónicos.<br />

Una vez, por cierto, dos <strong>de</strong> los más jóvenes <strong>de</strong>l grupo fueron a un club<br />

en don<strong>de</strong> había bombas, y cada uno cargó con la suya, y salieron a la<br />

calle. Anduvieron <strong>de</strong> un lado a otro, sin saber dón<strong>de</strong> colocarlas.<br />

Contaban ellos que iban a una casa rica a poner la bomba, y el uno le<br />

<strong>de</strong>cía al otro: «¿Y si hay chicos aquí?» Por último, fueron al puerto y<br />

tiraron las bombas al mar.<br />

-¿Y Angiolillo? -preguntó Juan.<br />

-Pues solíamos verle muchas veces. Era un tipo <strong>de</strong>lgado, muy largo,<br />

muy seco, muy fino en sus a<strong>de</strong>manes, que hablaba con acento<br />

extranjero. Cuando supe lo que había hecho, me quedé asombrado.<br />

¡Quién podía esperar aquello <strong>de</strong> un hombre tan suave y tan tímido!<br />

-¡Ése era también un sentimental! -exclamó Prats.<br />

-Con muchos sentimentales así se hubiera hecho ya la revolución -<br />

repuso el Libertario.<br />

Para mí, el verda<strong>de</strong>ro tipo <strong>de</strong>l anarquista es Pallás -añadió Prats.<br />

-¡Claro! Como que era catalán -dijo con sorna el Madrileño.<br />

-No -murmuró el Libertario-. Cada uno tiene el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> ser <strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> le dé la gana.<br />

-No; si yo no niego ese <strong>de</strong>recho -replicó el Madrileño-; yo lo que quiero<br />

<strong>de</strong>cir es que si él no tiene ninguna satisfacción por ser paisano nuestro,<br />

nosotros no tenemos tampoco ningún entusiasmo por ser paisanos <strong>de</strong><br />

los catalanes.<br />

-Todos los españoles son dogmáticos y autoritarios -siguió diciendo el<br />

catalán, haciendo como que no oía la observación-; lo mismo los<br />

andaluces, que los castellanos, que los vascongados. A<strong>de</strong>más, no tienen<br />

el instinto <strong>de</strong> la revolta...<br />

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