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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

anarquismo, que no son más que memadas.<br />

-¿Ya has renegado también <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a?<br />

-Hombre, a mí la anarquía me parece bien, con tal <strong>de</strong> que venga en<br />

seguida y le dé a cada uno los medios <strong>de</strong> tener su casita, un huertecillo<br />

y tres o cuatro horas <strong>de</strong> trabajo; pero, para no hacer más que hablar y<br />

hablar, como hacéis vosotros, para llamarse compañeros, y saludarse<br />

diciendo: ¡Salud!, para eso prefiero ser sólo impresor.<br />

-Tú, con anarquía o sin anarquía, serás siempre un burgués infecto.<br />

-Pero ¿es que es necesario ser anarquista y emborracharse para vivir?<br />

-¡Claro que sí! ; por lo menos tomar la vida <strong>de</strong> otra manera. Conque,<br />

¿vienes o no a «La <strong>Aurora</strong>»?<br />

-Bueno; iré a ver lo que es eso. El día menos pensado os van a meter<br />

a todos en la cárcel.<br />

-¡Quiá!, hay la mar <strong>de</strong> puertas en el solar ese.<br />

Jesús contó que hacía unos días habían estado unos polizontes, por<br />

una <strong>de</strong>lación, en la taberna, y se encontraron con que no había nadie.<br />

Entraron Jesús y Manuel en la taberna, y, por la puerta <strong>de</strong> al lado <strong>de</strong>l<br />

mostrador, pasaron a un cuarto con zócalo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y una mesa<br />

redonda en medio. Había ya diez o doce personas, y entre los conocidos<br />

<strong>de</strong> Manuel estaban el señor Canuto y Rebolledo. El cuarto era tan chico,<br />

que no cabían en él. Iba viniendo más gente. El Libertario llamó a<br />

Chaparro.<br />

-¿No hay un sitio por ahí don<strong>de</strong> pudiéramos meternos? -le preguntó.<br />

-No.<br />

-En esa cosa con cristales que tienen uste<strong>de</strong>s, ¿no podría entrar?<br />

-¿En el inverna<strong>de</strong>ro? Allí no hay sillas, ni mesa, ni nada.<br />

-Sí; pero, ya ve usted. Aquí no cabemos. ¿Hay luz?<br />

-No.<br />

-Bueno; pues traiga usted unas velas.<br />

Salieron al solar; estaba lloviendo a cántaros. Corriendo, se metieron<br />

en el inverna<strong>de</strong>ro. El Inglés y el Libertario trajeron entre los dos una<br />

mesita, la pusieron en el centro y encima colocaron dos bujías metidas<br />

en dos frascos vacíos. No había sillas y se fueron sentando, unos sobre<br />

un banco, otros en tiestos <strong>de</strong>l revés, y otros en el suelo. Tenía aquello un<br />

aspecto tétrico; la llama <strong>de</strong> las bujías temblaba a impulsos <strong>de</strong>l viento;<br />

sonaba la lluvia, <strong>de</strong>nsa y ruidosa, en los cristales, y al escampar se oía<br />

el tintineo acompasado y metálico <strong>de</strong> las goteras. Sin saber por qué,<br />

todos hablaban bajo.<br />

-Yo creo, compañeros -dijo Juan, levantándose y acercándose a la<br />

mesa-, que el que tenga algo práctico que <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong>be levantarse y hablar.<br />

Hemos constituido este grupo <strong>de</strong> partidarios <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a. Casi todos<br />

conocemos este sitio por el nombre <strong>de</strong> «<strong>Aurora</strong>»; como nuestro grupo<br />

<strong>de</strong>be tener un nombre, por si hay que relacionarlo con otras socieda<strong>de</strong>s,<br />

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