Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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Pío <strong>Baroja</strong><br />
muchacha alta, esbelta, con la cintura que hubiera podido ro<strong>de</strong>ar una<br />
liga, y la cabeza pequeña.<br />
Tenía la nariz corta, los ojos oscuros, gran<strong>de</strong>s, el perfil recto y la<br />
barbilla algo saliente, lo que le daba un aspecto <strong>de</strong> dominio y <strong>de</strong> tesón.<br />
Se peinaba <strong>de</strong>jándose un bucle que le llegaba hasta las cejas y le<br />
ocultaba la frente, y esto contribuía a darle un aire más imperioso.<br />
Por la calle llevaba siempre un ceño <strong>de</strong> mal humor, pero cuando<br />
hablaba y sonreía variaba por encanto.<br />
Su expresión era una mezcla <strong>de</strong> bondad, <strong>de</strong> amargura y <strong>de</strong> timi<strong>de</strong>z que<br />
<strong>de</strong>spertaba una profunda simpatía; su risa le iluminaba el rostro; pero,<br />
a veces, sus labios se contraían <strong>de</strong> una manera tan sarcástica, tan<br />
punzante, que su sonrisa entonces parecía penetrar como la hoja <strong>de</strong> un<br />
cuchillo.<br />
Aquella cara tan expresiva, en don<strong>de</strong> se transparentaba unas veces la<br />
ironía y la gracia; otras, como un sufrimiento lánguido, contenido,<br />
producía a la larga un <strong>de</strong>seo vehemente <strong>de</strong> saber qué pasaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
aquella cabeza voluntariosa. La Salvadora, como casi todas las mujeres<br />
enérgicas y algo románticas, era entusiasta <strong>de</strong> los animales; con ella la<br />
casa, al cabo <strong>de</strong> algún tiempo, parecía un arca <strong>de</strong> Noé. Había gallinas,<br />
palomas, unos cuantos conejos en el corral, dos canarios, un ver<strong>de</strong>rón y<br />
un gatito rojo, que se llamaba Roch.<br />
Algunas veces Manuel, cuando salía pronto <strong>de</strong> la imprenta, bajaba por<br />
la calle Ancha y esperaba a la Salvadora. Pasaban las modistas en<br />
grupos, hablando, bromeando, casi todas muy peripuestas y bien<br />
peinadas; la mayoría, finas, <strong>de</strong>lgaditas, la cara indicando la anemia, los<br />
ojos maliciosos, oscuros, ver<strong>de</strong>s, grises; unas con mantilla, otras <strong>de</strong><br />
mantón, y sin nada a la cabeza. En medio <strong>de</strong> algún grupo <strong>de</strong> éstos solía<br />
aparecer la Salvadora: en invierno, <strong>de</strong> mantón; en verano, con su traje<br />
claro, la mantilla recogida y las tijeras que le colgaban <strong>de</strong>l cuello. Se<br />
<strong>de</strong>stacaba <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong> sus amigas y se acercaba a Manuel, y los dos<br />
juntos marchaban calle arriba, hablando <strong>de</strong> cosas indiferentes, algunas<br />
veces sin cambiar una palabra.<br />
A Manuel le halagaba que supusieran que la Salvadora era su novia, y<br />
constituía para él un motivo <strong>de</strong> orgullo verla acercarse y ponerse a su<br />
lado y notar las miradas maliciosas <strong>de</strong> las amigas.<br />
A los dos años <strong>de</strong> estar Manuel instalado en la calle <strong>de</strong> Magallanes, los<br />
Rebolledos alquilaron el piso bajo <strong>de</strong> la casa. El jorobado fue quien<br />
arregló la barbería y el taller <strong>de</strong> su hijo. Se encontraban, los dos en auge;<br />
el barbero se había transformado en peluquero, y su Barbería Antiséptica<br />
<strong>de</strong> la tapia <strong>de</strong>l Rastro se llamaba en la calle <strong>de</strong> Magallanes La Antiséptica,<br />
peluquería artística. Perico Rebolledo estaba hecho un hombre. Después<br />
<strong>de</strong> pasar tres años con un ingeniero electricista, había aprendido tal<br />
número <strong>de</strong> cosas, que Rebolledo padre no se atrevía ya a discutir con él<br />
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