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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

alborota mucho y nada.<br />

-Pero es muy <strong>de</strong>sagradable -repuso Juan- eso <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r ir a ningún<br />

lado sin que alguien trate <strong>de</strong> ofen<strong>de</strong>rle a uno. En el fondo <strong>de</strong> esto -dijo<br />

<strong>de</strong>spués burlonamente- hay un espíritu provinciano. Recuerdo que en<br />

Londres, en uno <strong>de</strong> esos parques enormes que hay allá, por las tar<strong>de</strong>s<br />

veía jugar a la raqueta a dos señores, uno gordo, bajito, con una gorrita<br />

en la cabeza, y el otro flaco, esquelético, con levita y sombrero <strong>de</strong> paja.<br />

Yo iba con un español y un inglés, y el español, como es natural, se las<br />

echaba <strong>de</strong> gracioso. Al ver aquel par <strong>de</strong> tipos, verda<strong>de</strong>ramente ridículos,<br />

que jugaban en medio <strong>de</strong> una porción <strong>de</strong> personas que les miraban muy<br />

serios, el español dijo: «Esto no podría pasar en Madrid, porque se reirían<br />

<strong>de</strong> ellos y tendrían que <strong>de</strong>jar su juego». «Sí -contestó el inglés-; ése es el<br />

espíritu provinciano, propio <strong>de</strong> un pueblo pequeño; pero a un inglés <strong>de</strong><br />

Londres no le asombra nada, ni por muy gran<strong>de</strong>, ni por muy ridículo que<br />

sea».<br />

-Lo partió por el eje -dijo el señor Canuto guiñando un ojo<br />

maliciosamente.<br />

-Yo no les hubiera hecho caso -dijo la Salvadora, que no oyó el cuento<br />

<strong>de</strong> Juan.<br />

-Ni yo -añadió la Ignacia-. ¡Jesús bendito, qué mujer! ¿Qué <strong>de</strong>scaro!;<br />

¡es una perdición!<br />

-Bueno, bueno: por eso mismo me he querido yo marchar, por evitar<br />

una riña -saltó Manuel-; porque a vosotras os gusta armarla, y luego, si<br />

viene alguna consecuencia <strong>de</strong>sagradable, entonces vienen las<br />

lamentaciones.<br />

-Si tú tienes mal humor por el encuentro, nosotras no tenemos la<br />

culpa -repuso la Salvadora.<br />

Manuel enmu<strong>de</strong>ció y volvieron hacia Madrid, tomando el camino <strong>de</strong> la<br />

Moncloa. Después, por la calle <strong>de</strong> Rosales, se metieron en el paseo <strong>de</strong><br />

Areneros.<br />

Al llegar aquí había oscurecido; pasaban los tranvías, atestados,<br />

haciendo sonar sus timbres; se acercaban unos, otros huían<br />

rápidamente hasta que en el aire polvoriento se perdían las miradas rojas<br />

o ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sus farolillos redondos.<br />

Des<strong>de</strong> la proximidad <strong>de</strong>l hospital <strong>de</strong> la Princesa, hacia el campo, se<br />

veían paredones blancos, ventanas abiertas, iluminadas, <strong>de</strong> casas <strong>de</strong><br />

cuatro pisos <strong>de</strong> Vallehermoso. A lo lejos se divisaba el horizonte confuso,<br />

rojizo, y los <strong>de</strong>smontes, dorados por los últimos rayos <strong>de</strong>l sol, que se<br />

dibujaban en líneas rectas en el cielo.<br />

-Da todo esto una impresión angustiosa, ¿verdad? -dijo Juan.<br />

Nadie le contestó. Iba oscureciendo aún más; la noche arrojaba<br />

puñados <strong>de</strong> ceniza sobre el paisaje; el cielo tornaba un color siniestro,<br />

gris, sucio, surcado por algunas vagas estrías rojizas; la llama oscilante<br />

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