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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

y don Alonso murmuró convencido:<br />

-Ya vendrá la buena.<br />

Después <strong>de</strong> ocho días, pasados entre la vida y la muerte, el médico <strong>de</strong><br />

la sala dijo que la pleuresía <strong>de</strong> don Alonso se había complicado con el<br />

tifus y que era necesario trasladar al enfermo al hospital <strong>de</strong>l Cerro <strong>de</strong>l<br />

Pimiento.<br />

Una mañana fueron los camilleros, cogieron a don Alonso, lo sacaron<br />

<strong>de</strong> la cama y lo metieron en una camilla.<br />

Luego, los dos mozos bajaron las escaleras <strong>de</strong>l hospital, tomaron por<br />

la calle <strong>de</strong> Atocha arriba, <strong>de</strong>spués por la <strong>de</strong> San Bernardo hasta el paseo<br />

<strong>de</strong> Areneros. Entraron hacia las proximida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> San Bernardino por<br />

una zanja cortada en la tierra arenosa y amarillenta, y llegaron al Cerro<br />

<strong>de</strong>l Pimiento. Llamaron; pasaron a un vestíbulo y levantaron el hule <strong>de</strong><br />

la camilla.<br />

-¡Anda la...! Se ha muerto el socio -dijo uno <strong>de</strong> los mozos-. ¿Lo<br />

<strong>de</strong>jaremos aquí?<br />

-No, no, llevadlo -replicó el conserje <strong>de</strong>l hospital.<br />

-¡Pues es una broma tener que llevarlo otra vez! -dijo el otro-. Más<br />

valiera morirse.<br />

Cogieron con resignación la camilla y salieron.<br />

Hacía una mañana espléndida, hermosísima. Se sentía con intensidad<br />

la primavera.<br />

El césped brillaba sobre las lomas; temblaban las hojas nuevas en los<br />

árboles; refulgían al sol las piedras en las calzadas, limpias por las<br />

lluvias recientes... Todo parecía nuevo y fresco: los colores y los sonidos;<br />

el brillo <strong>de</strong> los árboles y el piar <strong>de</strong> los pájaros; la hierba, salpicada <strong>de</strong><br />

margaritas blancas y amarillas, y las mariposas sobre los sembrados.<br />

Todo, hasta el sol. Todo, hasta el cielo azul que acababa <strong>de</strong> brotar <strong>de</strong>l<br />

caos <strong>de</strong> las nubes, tenía un aire <strong>de</strong> juventud y <strong>de</strong> frescura...<br />

Entraron los dos camilleros, <strong>de</strong> nuevo, por la zanja, entre las altas<br />

pare<strong>de</strong>s cortadas a pico.<br />

-¿Y si lo <strong>de</strong>járamos aquí? -preguntó uno <strong>de</strong> los mozos.<br />

-Dejémosle -contestó el otro.<br />

Levantaron el hule <strong>de</strong> la camilla, y, poniéndola <strong>de</strong> lado, hicieron que el<br />

cadáver cayera <strong>de</strong>snudo en una oquedad. Y el muerto quedó<br />

<strong>de</strong>spatarrado, mostrando sus pobres <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>ces ante la mirada azul,<br />

clara y serena <strong>de</strong>l cielo, y los camilleros se fueron a tomar una copa.<br />

Indudablemente, no había venido la buena.

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