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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

Así es muy fácil ser austero... Luego todos son absolutistas..., y toda su<br />

emancipación consiste en <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> creer en el Papa para creer en<br />

Salmerón o en cualquier fabricante <strong>de</strong> frases por el estilo... A nosotros<br />

nos odian porque ya discurrimos sin necesidad <strong>de</strong> ellos.<br />

-¡Qué mala intención tienes! -dijo el Bolo, que era anarquista con<br />

simpatías republicanas-. Hay que verles a esos en el Congreso.<br />

-Yo no he estado nunca en el Congreso -replicó el Madrileño.<br />

-Ni yo -añadió Prats.<br />

-Yo sí -repuso el Libertario.<br />

-¿Y qué? -le preguntaron.<br />

-¿Vosotros habéis visto la jaula <strong>de</strong> monos <strong>de</strong>l Retiro?..., pues una cosa<br />

parecida... Uno toca la campana, el otro come caramelos, el otro grita...<br />

-¿Y el Senado?<br />

-¡Ah! Esos son los viejos chimpancés... muy respetables.<br />

-¡Qué guasón! -dijo el Bolo.<br />

Siguieron hablando. Manuel aprovechó la clara para ir a su casa y<br />

preguntar a la Salvadora si pensaba salir, y viendo que no quería, volvió<br />

al juego <strong>de</strong> bolos.<br />

Hablaba en aquel momento el Libertario.<br />

-¿Cómo se llega a tener las i<strong>de</strong>as? -<strong>de</strong>cía-. ¿Quién lo sabe?... Hace<br />

algunos años, en París, se presentó una mañana, en mi guardilla un<br />

mocetón alto, fornido, afeitado, con cara <strong>de</strong> cura.<br />

-¿No me conoce usted? -me dijo con acento andaluz cerrado.<br />

-No. Ya me figuro que <strong>de</strong>be usted ser paisano, pero no le conozco.<br />

-Pero ¿no se acuerda usted <strong>de</strong> Antonio, el hijo <strong>de</strong>l sacristán <strong>de</strong>l pueblo?<br />

-¡Ah!... ¿eres tú?, ¿y qué haces aquí?<br />

-Nada; vengo <strong>de</strong> Cardiff; he estado trabajando cerca <strong>de</strong> un año en las<br />

minas.<br />

-¿Y en el pueblo?<br />

-Aquello está muerto. Allá no se pue<strong>de</strong> vivir.<br />

-¿Y qué piensas hacer?<br />

-Me voy a América. Tengo una recomendación para un capitán que<br />

hace la travesía <strong>de</strong> Bur<strong>de</strong>os a la Habana.<br />

Le llevé a mi restaurante: un agujero <strong>de</strong> Montrouge; un nido <strong>de</strong><br />

anarquistas y revolucionarios rusos. Las mujeres se entusiasmaron con<br />

mi paisano, por el aire bárbaro e ingenuo que tenía. La verdad es que el<br />

chico era simpático y mo<strong>de</strong>sto, lo que es bastante raro en un andaluz.<br />

Después <strong>de</strong> comer solíamos cantar todos a coro, hombres y mujeres. El<br />

dueño <strong>de</strong>l tabernucho, el Pere David, nos suplicaba que no gritásemos;<br />

pero no le hacíamos caso, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la calle se oían las canciones<br />

anarquistas.<br />

Había una que, cuando le expliqué a mi paisano lo que significaba, le<br />

entusiasmó; no la recuerdo ahora, hablaba <strong>de</strong> la dinamita...<br />

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