Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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Pío <strong>Baroja</strong><br />
comprometernos a una cosa y a resolver nuestras dudas por el voto?<br />
¿Por la ley <strong>de</strong> las mayorías? Yo, por mi parte, no; si hay necesidad <strong>de</strong><br />
comprometerse y <strong>de</strong> votar, no quiero pertenecer al grupo.<br />
-Hay que ser prácticos -replicó Maldonado.<br />
-Si yo fuera práctico, hace tiempo hubiese puesto una casa <strong>de</strong><br />
empeños.<br />
Se levantó un hombre alto, <strong>de</strong>lgado, rubio, picado <strong>de</strong> viruelas, <strong>de</strong><br />
aspecto enfermizo, con el bigote fino y bien cuidado, y se acercó a la<br />
mesa.<br />
-Compañeros -dijo sonriendo.<br />
-¿Quién es éste? -preguntó Manuel a Jesús.<br />
-El Madrileño, un chico listo que trabaja en el Tercer Depósito.<br />
-Compañeros: A mí me parece que vuestro pleito se pue<strong>de</strong> resolver con<br />
mucha facilidad. El que quiera asociarse y comprometerse, que lo haga;<br />
el que no, que lo <strong>de</strong>je.<br />
Excepto tres o cuatro partidarios <strong>de</strong> Maldonado, que <strong>de</strong>fendieron la<br />
utilidad <strong>de</strong>l compromiso, los <strong>de</strong>más no quisieron asociarse.<br />
-Entonces, ¿para qué reunirnos? -preguntó uno <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong>l<br />
estudiante.<br />
-¿Para qué? -contestó Juan-; para hablar, para discutir, para<br />
prestarnos libros, para hacer la propaganda, y si llega el momento <strong>de</strong><br />
ejecutar, individual o colectivamente, cada uno hará lo que su conciencia<br />
le dicte.<br />
-Yo, por mi parte, estoy conforme con esto -dijo el Libertario-. Que cada<br />
cual sea responsable <strong>de</strong> sus actos. No po<strong>de</strong>mos aceptar una solidaridad<br />
con nadie <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento que todavía ni siquiera nos conocemos... De<br />
manera que el que quiera reunirse libremente, el domingo que viene,<br />
aquí estaremos.<br />
Se levantaron todos.<br />
-Bueno, vamos -dijo uno-, que ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> llover. Salieron al solar,<br />
que estaba encharcado, y se <strong>de</strong>spidieron, dándose fuertes apretones <strong>de</strong><br />
manos.<br />
-¡Salud, compañero! -¡Salud!<br />
Y en todos ellos se notaba cierta alegría <strong>de</strong> jugar a los revolucionarios...<br />
El mismo Manuel, a pesar <strong>de</strong> su aburguesamiento, sintió el atractivo<br />
<strong>de</strong> aquella reunión, y al domingo siguiente estaba en «La <strong>Aurora</strong>»,<br />
fraternizando con los compañeros.<br />
Formaron la peña en la tejavana <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los juegos <strong>de</strong> bolos, que no<br />
se utilizaba. Allí se podía hablar libremente. Cada domingo se iba<br />
haciendo el grupo más numeroso: se habían comprado folletos<br />
anarquistas <strong>de</strong> Kropotkin, <strong>de</strong> Reclus y Juan Grave, y pasaban <strong>de</strong> una<br />
mano a otra. Ya comenzaban a hablar todos con cierta terminología<br />
pedante, entre sociológica y revolucionaria, traducida <strong>de</strong>l francés.<br />
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