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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

El Corbata y el Chilina la poseían cuando querían en los rincones<br />

apartados, cerca <strong>de</strong> las tapias <strong>de</strong>l cementerio, y ella se entregaba como<br />

quien hace un favor. El Chilina, a<strong>de</strong>más, le sacaba el dinero.<br />

Otras dos personas se acogieron en las casucas en aquel invierno: un<br />

mendigo viejo, sucio y repugnante, con una barba enmarañada y ojos<br />

purulentos, y su mujer, una arpía con la que estaba amontonado.<br />

Este mendigo se ponía en las bocacalles, y, golpeando la acera con la<br />

garrota, gritaba varias veces el santo <strong>de</strong>l día.<br />

El Corbata, la primera vez que le vio, le oyó <strong>de</strong>cir:<br />

-Hoy. Hoy... Santa Tecla... Santa Tecla... hoy.. hoy -y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces<br />

le llamaba Santa Tecla.<br />

-¡Qué hermoso -pensaba Juan- sería sacar a estos hombres <strong>de</strong> las<br />

tinieblas <strong>de</strong> la brutalidad en que se encuentran y llevarlos a una esfera<br />

más alta, más pura! Seguramente, en el fondo <strong>de</strong> sus almas hay una<br />

bondad dormida; en medio <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong> sus malda<strong>de</strong>s hay el oro<br />

escondido que nadie se ha tomado el trabajo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir. Yo trataré <strong>de</strong><br />

hacerlo...<br />

Todas las tar<strong>de</strong>s, lloviera o hiciera bueno, iba Juan a las casuchas <strong>de</strong>l<br />

camposanto a hablarles a aquellos hombres. Acudían algunos mendigos<br />

<strong>de</strong> San Bernardino y escuchaban con atención. Formaban un corro.<br />

Enfrente, los cipreses <strong>de</strong>l cementerio <strong>de</strong> San Martín sobresalían por<br />

encuna <strong>de</strong> las tapias. Oían todos las palabras <strong>de</strong> Juan como una música<br />

alegre y dulce, y la Filipina, quizá la que menos entendía, era la que con<br />

más fe le escuchaba.<br />

Cuando se marchaba Juan a su casa, muchas veces se <strong>de</strong>cía a sí<br />

mismo:<br />

-El oro está <strong>de</strong>ntro; saldrá a la superficie.<br />

Un anochecer, Juan presenció una apuesta entre Santa Tecla y la vieja<br />

arpía, con quien se hallaba amontonado.<br />

-¿Qué sabes tú, vieja zorra? -<strong>de</strong>cía Santa Tecla.<br />

¿Qué sé yo? Más que tú, asqueroso; mucho más que tú -replicaba la<br />

vieja haciendo gestos repugnantes.<br />

-Tú crees que toda la gente es tan mala como tú.<br />

-Si parece que tienes telarañas en los ojos.<br />

-Calla, calla, arrastrá.<br />

-Si es que tú pareces tonto; ya te figuras tú que la gente te da dinero<br />

porque eres tú.<br />

-Calla... ¡leñe!, ¡tanto moler y tanto amolar!... Porque tú eres una<br />

cochina zorra, ya crees que todas lo han <strong>de</strong> ser.<br />

-Y lo son. ¡Me parece! -y la vieja hizo un gesto <strong>de</strong>svergonzado.<br />

Santa Tecla metió la mano por la abertura y se puso a rascarse el<br />

pecho con dignidad.<br />

-Pues, sí, pues, sí -chilló la vieja-, mañana va otro ciego cualquiera al<br />

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