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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

personas.<br />

Los Ladrilleros no habían hecho mas que asesinar a uno, para robarle.<br />

-Uno <strong>de</strong> los Ladrilleros domesticaba gorriones en el pasillo <strong>de</strong> arriba<br />

-contó el Corbata-. Solía hacer que los pájaros fuesen a comer miguitas<br />

<strong>de</strong> pan en su mano, y les hacía bailar y dar vueltas. Tenía dos en su<br />

cuarto más listos que una persona, y no <strong>de</strong>jaba que los tocara nadie. Un<br />

día va el director y le ve que no tenía mas que un gorrión: «¿Y el otro<br />

gorrión? ¿Se ha muerto?», le preguntó. «No, señor director». «¿Es que se<br />

ha escapado?» «Tampoco». «Pues, ¿dón<strong>de</strong> está?» «Usted me perdonará,<br />

señor director -le dijo el Ladrillero sonriendo-, pero el preso <strong>de</strong> ahí al lado<br />

estaba tan triste el pobrecillo, que le he prestado el gorrión por tres días<br />

para que se distraiga».<br />

El Corbata contó esto sonriendo, como una <strong>de</strong>bilidad disculpable <strong>de</strong><br />

un niño. El <strong>de</strong> las cerbatanas dijo que esto no le chocaba, porque en los<br />

presidios había tan buena gente o más que fuera. -Un acaloro,<br />

cualquiera lo pue<strong>de</strong> tener- terminó diciendo.<br />

Al marcharse Juan, el Corbata, distraídamente, le quitó el pañuelo,<br />

Juan lo notó, pero no dijo nada.<br />

Unos días <strong>de</strong>spués, Juan vio en la era <strong>de</strong> la Patriarcal a un amigo <strong>de</strong>l<br />

Corbata, que se llamaba el Chilina. Era éste un joven <strong>de</strong>lgado, <strong>de</strong><br />

bigotillo negro, con la cara redonda, afeminada, y una mirada indiferente<br />

y fría, <strong>de</strong> unos ojos ver<strong>de</strong>s. El Corbata le había conocido en la cárcel y le<br />

tomó bajo su protección.<br />

El Chilina era un golfo siniestro, lleno <strong>de</strong> pereza, <strong>de</strong> vicios y <strong>de</strong> malas<br />

pasiones.<br />

-He vivido en una casa <strong>de</strong> zorras -le dijo a Juan riendo-, hasta que se<br />

murió mi madre, que estaba allá. Me echaron <strong>de</strong> la casa, y la misma<br />

noche me encontré con una mujer. «¿Quieres venir?», me dijo. «Si me das<br />

todo lo que ganas, sí», le contesté. «Bueno, toma la llave»; me dio la llave<br />

y nos arreglamos. Así estuve hasta hace un año, viviendo bien; pero, una<br />

mujer me faltó y la di una puñalá. Ahora estoy aquí porque me tengo que<br />

ocultar.<br />

Unos días <strong>de</strong>spués, el Chilina llevó a las casas <strong>de</strong>l cementerio una<br />

mujer tagala con el objeto <strong>de</strong> explotarla.<br />

Esta mujer ganaba algunos céntimos entregándose a los hombres por<br />

aquellos <strong>de</strong>scampados.<br />

Le llamaban la Filipina, era bastante fea, tenía un cándido cinismo, el<br />

instinto natural <strong>de</strong> su vida salvaje; se ofrecía con una absoluta<br />

ignorancia <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> moralidad sexual. No sentía el <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> la<br />

sociedad cerniéndose sobre su cabeza. Acostumbrada, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia,<br />

a ser maltratada por el blanco, no llegaba a herirle la abyección <strong>de</strong> su<br />

oficio, y por esto no manifestaba odio contra los hombres. Lo que le daba<br />

miedo era el tener que andar <strong>de</strong> noche por aquellos andurriales.<br />

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