Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />
-Aquí queda algo <strong>de</strong>ntro -murmuró Perico.<br />
Metió la punta <strong>de</strong> una tijera en la lata y la fue abriendo.<br />
Había pedazos <strong>de</strong> hierro retorcidos, y en el sitio <strong>de</strong> don<strong>de</strong> partía el tubo<br />
<strong>de</strong> cristal lleno <strong>de</strong> ácido había una cajita pequeña hecha con dos naipes<br />
y llena <strong>de</strong> polvos blancos, que olían a almendras amargas.<br />
Lavaron la caja y tiraron los trozos <strong>de</strong> hierro por el sumi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l patio.<br />
Terminada la operación, subieron <strong>de</strong> nuevo. La Salvadora había<br />
separado las ropas, los papeles encontrados en la maleta y un cuchillo<br />
largo, <strong>de</strong> cocina, con su vaina. Este cuchillo tenía un mango <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra<br />
pintado <strong>de</strong> rojo, adornado con los nombres <strong>de</strong> todos los anarquistas<br />
célebres, y en medio <strong>de</strong> ellos se leía la palabra Germínal. Fueron mirando<br />
uno a uno los papeles. Había proclamas impresas, recortes <strong>de</strong><br />
periódicos, grabados y notas manuscritas. En uno <strong>de</strong> los papeles estaba<br />
el dibujo <strong>de</strong> la bomba. Perico lo cogió para verlo. Por lo que señalaba el<br />
papel, en el compartimiento pequeño, hecho con dos naipes, lleno <strong>de</strong><br />
polvos con olor a almendras amargas, había una mezcla <strong>de</strong> bicromato,<br />
permanganato y clorato potásicos, empapados en nitrobencina. En el<br />
tubito había ácido sulfúrico, y el resto estaba lleno <strong>de</strong> dinamita y <strong>de</strong><br />
pólvora cloratada.<br />
-Yo voy a quemar todos estos papeles -dijo Manuel.<br />
Hicieron fuego en la cocina y echaron los periódicos, y sobre ellos el<br />
cuchillo. Cuando se carbonizó el mango, bajó Manuel el cuchillo al patio<br />
y lo metió en la tierra. Rebolledo, el jorobado, que había notado los pasos<br />
por la escalera, se levantó a ver lo que ocurría.<br />
-¿Qué pasa? -dijo en alta voz.<br />
Le hicieron enmu<strong>de</strong>cer y le enteraron <strong>de</strong> lo ocurrido.<br />
-¿Qué hay? -dijo Juan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su cuarto, que al ruido se había<br />
alarmado.<br />
-Nada -le contestó la Salvadora-. Perico, que ha perdido la llave.<br />
-Registradle a Juan, por si acaso -dijo el jorobado-; no tenga alguna<br />
carta que le comprometa.<br />
-Es verdad -dijo Manuel-. ¡Qué torpes hemos estado! Precisamente<br />
hace unos días ha recibido dos cartas.<br />
Entró la Salvadora como a dar nuevas explicaciones al enfermo y volvió<br />
con la chaqueta y el gabán <strong>de</strong> Juan. Allí estaban las dos cartas, una <strong>de</strong><br />
ellas horriblemente comprometedora, pues se hablaba claramente <strong>de</strong> un<br />
complot. Se registraron las ropas <strong>de</strong> Juan y se quemaron todos los<br />
papeles.<br />
-Yo creo que ahora podéis estar tranquilos -dijo Rebolledo-. ¡Ah!, una<br />
cosa. Cuando venga la policía, que vendrá por lo que <strong>de</strong>cís, si no traen<br />
los agentes auto <strong>de</strong>l juez, preguntarán si les <strong>de</strong>jáis entrar, y les<br />
contestáis que sí, pero que vengan con dos testigos. En el mismo<br />
momento advertidle a Juan y <strong>de</strong>cidle lo que habéis hecho, pero que no<br />
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