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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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Pío <strong>Baroja</strong><br />

Se sentaron <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> un emparrado y siguieron hablando. El que<br />

hablaba con Juan era un hombre ilustrado, que había vivido en Francia,<br />

en Bélgica y viajado por América. Solía escribir en un periódico<br />

anarquista, en don<strong>de</strong> firmaba: Libertario, y por este apodo se le conocía.<br />

Había <strong>de</strong>dicado un artículo elogioso al grupo <strong>de</strong> Los Rebel<strong>de</strong>s, y luego<br />

había buscado a Juan para conocerle.<br />

Sentados bajo el emparrado, el Libertario hablaba. Era éste un hombre<br />

<strong>de</strong>lgado y alto, <strong>de</strong> nariz corva, barba larga y modo <strong>de</strong> expresarse irónico<br />

y burlón. A pesar <strong>de</strong> que a primera vista parecía indiferente y bromista,<br />

era un fanático. Trataba <strong>de</strong> convencer a Juan. Hablaba con un tono un<br />

tanto sarcástico, manoseando con sus <strong>de</strong>dos largos y <strong>de</strong>lgados su barba<br />

<strong>de</strong> prócer, suave y flexible. Para él, lo principal en el anarquismo era la<br />

protesta <strong>de</strong>l individuo contra el Estado; lo <strong>de</strong>más, la cuestión económica,<br />

casi no le importaba; el problema para él estaba en po<strong>de</strong>r librarse <strong>de</strong>l<br />

yugo <strong>de</strong> la autoridad. Él no quería obe<strong>de</strong>cer; quería que si él se asociaba<br />

con alguien fuese por su voluntad, no por la fuerza <strong>de</strong> la ley. Afirmaba<br />

también que las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> bien y <strong>de</strong> mal tenían que transformarse por<br />

completo, y con ellas, las <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber y la virtud.<br />

Hacía sus afirmaciones con cierta reserva y, <strong>de</strong> cuando en cuando,<br />

observaba a Juan con una mirada escrutadora.<br />

El Libertario quería <strong>de</strong>jar una buena impresión en Juan, y ante él, sin<br />

alar<strong>de</strong>s, iba exponiendo sus doctrinas.<br />

Juan escuchaba y callaba; asentía unas veces, otras manifestaba sus<br />

dudas. Juan había tenido un gran <strong>de</strong>sengaño al conocer a los artistas <strong>de</strong><br />

cerca. En París, en Bruselas, había vivido aislado, soñando; en Madrid<br />

llegó a intimar con pintores y escultores, y se encontró asombrado <strong>de</strong> ver<br />

una gente mezquina e in<strong>de</strong>licada, una colección <strong>de</strong> intrigantuelos, llenos<br />

<strong>de</strong> ansias <strong>de</strong> cruces y <strong>de</strong> medallas, sin un asomo <strong>de</strong> nobleza, con todas<br />

las malas pasiones <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más burgueses.<br />

Como en Juan las <strong>de</strong>cisiones eran rápidas y apasionadas, al retirar su<br />

fe <strong>de</strong> los artistas la puso <strong>de</strong> lleno en los obreros. El obrero era para él un<br />

artista con dignidad, sin la egolatría <strong>de</strong>l nombre y sin envidia. No veía<br />

que la falta <strong>de</strong> envidia <strong>de</strong>l obrero, más que <strong>de</strong> bondad, <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong><br />

indiferencia por su trabajo; <strong>de</strong> no sentir el aplauso <strong>de</strong>l público, y<br />

tampoco notaba que si a los obreros les faltaba la envidia, les faltaba<br />

también, en general, el sentimiento <strong>de</strong>l valor, <strong>de</strong> la dignidad y <strong>de</strong> la<br />

gratitud.<br />

-Aquí se está bien -dijo el Libertario-, ¿verdad?<br />

-Sí.<br />

-Podíamos reunirnos los domingos por la tar<strong>de</strong>; yo vivo por aquí cerca.<br />

-Sí, hombre.<br />

-Yo vendré con algunos amigos que tienen ganas <strong>de</strong> conocerle. Todos<br />

han visto Los Rebel<strong>de</strong>s, y son entusiastas <strong>de</strong> usted.<br />

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