Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />
-¿Se ha marchado? -la preguntó Juan débilmente.<br />
-Sí.<br />
-¡Defién<strong>de</strong>me, hermana mía! -gimió el enfermo-; que no entre nadie<br />
mas que mis amigos.<br />
-Nadie entrará -repuso ella.<br />
-¡Gracias! ¡Gracias! -murmuró él; y volviéndose <strong>de</strong> lado, añadió-: Voy a<br />
seguir con mi sueño.<br />
De cuando en cuando la Ignacia, con voz imperiosa, llamaba a la<br />
puerta <strong>de</strong> la alcoba; pero Juan apenas oía y la Salvadora no contestaba.<br />
-Si vieras -murmuró el enfermo- las cosas que he soñado esta noche.<br />
¡Oh, qué sueños tan hermosos!<br />
En esto se oyó un murmullo <strong>de</strong> voces; luego llamaron más fuerte a la<br />
puerta <strong>de</strong> la alcoba.<br />
-Abre, Salvadora -dijo la voz <strong>de</strong> Manuel.<br />
Abrió ella y Manuel entró <strong>de</strong> puntillas en el cuarto.<br />
-Ya se ha marchado -advirtió en voz baja.<br />
-Tu mujer es una mujer valiente -murmuró sonriendo Juan-; le ha<br />
<strong>de</strong>spedido al cura que venía a confesarme.<br />
Juan tendió una mano a la Salvadora y otra a Manuel.<br />
-Nunca he sido tan feliz -dijo-. Parece que la proximidad <strong>de</strong> la muerte<br />
ha <strong>de</strong> ser terrible, ¿verdad? Pues yo la veo venir como una cosa tan vaga,<br />
tan dulce...<br />
Durante todo el día Juan estuvo hablando con sus hermanos <strong>de</strong> la<br />
infancia, <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> sus sueños...<br />
Los Rebolledos estaban en el comedor por si se ofrecía algo.<br />
Al anochecer se oyó una aldabada discreta, se cerró recatadamente la<br />
puerta y alguien subió salvando <strong>de</strong> dos en dos los escalones. Era el<br />
Libertario, que venía a enterarse <strong>de</strong> lo que pasaba. Al saber el estado <strong>de</strong><br />
Juan, hizo un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación.<br />
Contó que el señor Canuto estaba en el hospital, gravísimo. Le habían<br />
dado sablazos en la cabeza y en la espalda. Tenía una conmoción<br />
cerebral y probablemente moriría.<br />
-¿Va usted a entrar a ver a Juan? -le preguntó Perico Rebolledo.<br />
-No; voy a avisar a los amigos y luego volveré.<br />
Salió el Libertario corriendo, y al poco rato volvió, acompañado <strong>de</strong><br />
Prats, <strong>de</strong>l Bolo, y <strong>de</strong>l Madrileño.<br />
Pasaron los cuatro a la alcoba. Juan estaba cansado <strong>de</strong> hablar y sentía<br />
una gran <strong>de</strong>bilidad. Alargó la mano a los amigos, y murmuró:<br />
-Ahora estoy soñando cosas hermosas, muy hermosas. ¡Adiós,<br />
compañeros! Yo he cumplido mi misión, ¿verdad?... Seguid trabajando.<br />
Ahí os <strong>de</strong>jo mis papeles... Si creéis que son útiles para la i<strong>de</strong>a,<br />
publicadlos... ¡Adiós!<br />
Se quedaron los anarquistas en el comedor charlando. Dejaron el<br />
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