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Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara

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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />

-Pues nada. Anduve cerca <strong>de</strong> un mes <strong>de</strong> pueblo en pueblo, hasta que,<br />

en Tarazona, entré a formar parte <strong>de</strong> una compañía <strong>de</strong> cómicos <strong>de</strong> las<br />

legua, constituida por los individuos <strong>de</strong> una sola familia. El director y<br />

primer actor se llamaba don Teófilo García; su hermano, el galán joven,<br />

Maximiano García, y el padre <strong>de</strong> los dos, que era el barba, don Símaco<br />

García. Allí todos eran Garcías. Era esta familia la más or<strong>de</strong>nada,<br />

económica y burguesa que uno pue<strong>de</strong> imaginarse. La característica,<br />

doña Celsa, que era la mujer <strong>de</strong> don Símaco, repasaba los papeles<br />

mientras guisaba; Teófilo tenía una comisión <strong>de</strong> corbatas y <strong>de</strong> botones;<br />

don Símaco vendía libros; Maximiano ganaba algunas pesetas jugando al<br />

billar, y las muchachas, que eran cuatro, Teodolinda, Berenguela,<br />

Mencía y Sol, las cuatro a cual más feas, se <strong>de</strong>dicaban a hacer encaje <strong>de</strong><br />

bolillos. Yo entré como apuntador, y recorrimos muchos pueblos <strong>de</strong><br />

Aragón y <strong>de</strong> Cataluña. Una noche, en Reus, habíamos hecho La cruz <strong>de</strong>l<br />

matrimonio, y al terminar la función, fuimos Maximiano y yo al Casino.<br />

Mientras él jugaba a mi lado vi a un chico que estaba haciendo un<br />

retrato, al lápiz, <strong>de</strong> un señor. Me puse yo también a hacer lo mismo en<br />

la parte <strong>de</strong> atrás <strong>de</strong> un prospecto.<br />

»Al terminar él su retrato, se lo entregó al señor, quien le dio un duro;<br />

<strong>de</strong>spués se acercó don<strong>de</strong> yo estaba y miró el dibujo mío. “Está bien eso”,<br />

dijo. “¿Has aprendido a dibujar?” No. “Pues lo haces bien. ¡Ya lo creo!”<br />

Hablamos; me dijo que andaba a pie por los pueblos haciendo retratos,<br />

y que se marchaba a Barcelona. Yo le conté mi vida, nos hicimos amigos,<br />

y, al final <strong>de</strong> la conversación, me dice: “¿Por qué no vienes conmigo?”<br />

Nada; <strong>de</strong>jé los cómicos y me fui con él.<br />

»Era un tipo extraño este muchacho. Se había hecho vagabundo por<br />

inclinación, y le gustaba vivir siempre andando. Llevaba en la espalda un<br />

morralito y <strong>de</strong>ntro una sartén. Compraba sus provisiones en los pueblos,<br />

y él mismo hacía fuego y guisaba.<br />

»Pasamos <strong>de</strong> todo, bueno y malo, durmiendo al raso y en los pajares;<br />

en algunos pueblos, porque llevábamos el pelo largo, nos quisieron<br />

pegar; en otros, marchábamos muy bien. A mitad <strong>de</strong>l camino, o cosa así,<br />

en un pueblo don<strong>de</strong> llegamos muertos <strong>de</strong> hambre, nos encontramos con<br />

un señor <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s melenas y traje bastante <strong>de</strong>rrotado, con un violín<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo. Era italiano. “¿Son uste<strong>de</strong>s artistas?”, nos dijo. “Sí”,<br />

contestó mi compañero. “¿Pintores?”. “Sí, señor, pintores”. “¡Oh,<br />

magnífico! Me han salvado uste<strong>de</strong>s la vida. Tengo comprometida la<br />

restauración <strong>de</strong> dos cuadros en la iglesia, en cincuenta duros cada uno,<br />

y yo no sé pintar; les estoy entreteniendo al cura y al alcal<strong>de</strong> diciendo que<br />

necesito pinturas especiales, traídas <strong>de</strong> París. Si quieren uste<strong>de</strong>s<br />

empren<strong>de</strong>r la obra, nos repartiremos las ganancias”.<br />

Aceptamos el negocio, y mi compañero y yo nos instalamos en una<br />

posada. Comenzamos la obra, y, mal que bien, hicimos la restauración<br />

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