Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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La lucha por la vida III. <strong>Aurora</strong> roja<br />
Sólo se sabe que le asombró bastante la conducta <strong>de</strong> Roch el gatillo<br />
rojo, que parecía un conejo, y que tenía las patas <strong>de</strong> atrás mucho más<br />
largas que las <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante.<br />
Kis le invitó varias veces con ladridos alegres a jugar con él, y Roch,<br />
que era, sin duda, un ser insociable y algo hipocondríaco, se puso a<br />
bufar, y luego, corriendo, saltó a la falda <strong>de</strong> la Salvadora, don<strong>de</strong> parecía<br />
haber hecho su nido, y allí se quedó haciendo rum rum.<br />
Este Roch, con su facha <strong>de</strong> conejo, era un ser extravagante e<br />
incomprensible. Cuando la Salvadora cosía a máquina, se ponía a su<br />
lado y le gustaba mirar <strong>de</strong> cerca la luz eléctrica, hasta que, aturdido,<br />
cerraba los ojos y se dormía.<br />
En vista <strong>de</strong> la insociabilidad <strong>de</strong> Roch, Kis hizo nuevas exploraciones en<br />
la casa; conoció a Rebolledo y a su hijo, que le parecieron personas<br />
respetables; en el corral observó a las gallinas y al gallo, y no le<br />
inspiraron bastante confianza para proponerles un juego. Las palomas,<br />
con sus arrullos monótonos, le parecieron completamente estúpidas, y<br />
los pájaros no le dieron la impresión <strong>de</strong> cosas vivas.<br />
Hizo conocimiento en el patio con unos gatillos blancos, que tomaban<br />
el sol y echaban a correr cuando le veían, y con un burro, un tanto<br />
melancólico y no muy fino en sus maneras, a quien llamaban Galán.<br />
Pero, <strong>de</strong> todos los personajes que conoció en aquella extraña casa,<br />
ninguno le asombró tanto como un galápago, que le miraba con sus<br />
ojillos redondos, parpa<strong>de</strong>ando.<br />
Luego Kis ingresó en una partida <strong>de</strong> perros vagabundos, que andaban<br />
por la calle <strong>de</strong> Magallanes y mero<strong>de</strong>aban por los alre<strong>de</strong>dores, y como no<br />
tenía preocupaciones, a pesar <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> aristocrática familia, fraternizó<br />
al momento con ellos.<br />
Una tar<strong>de</strong>, la Salvadora y Juan hablaban <strong>de</strong> Manuel.<br />
-Creo que ha andado en algunas épocas hecho un golfo, ¿eh?<br />
-preguntó Juan mientras mo<strong>de</strong>laba el barro con los <strong>de</strong>dos.<br />
-Sí; pero ahora está muy bien; no sale <strong>de</strong> casa nunca.<br />
-Yo, el primer día que vine, me figuré que estaban uste<strong>de</strong>s casados.<br />
-Pues, no -replicó la Salvadora, ruborizada.<br />
-Pero acabarán uste<strong>de</strong>s casándose.<br />
-No sé.<br />
-Sí, ya lo creo; Manuel no podría vivir sin usted. Está muy cambiado y<br />
muy pacífico. De chico era muy valiente; tenía verda<strong>de</strong>ra audacia, y yo le<br />
admiraba. Recuerdo que en la escuela vino un día uno <strong>de</strong> los mayores<br />
con una mariposa, tan gran<strong>de</strong>, que parecía un pájaro, clavada con un<br />
alfiler. «Quítale ese alfiler», le dijo Manuel. « ¿Por qué?» «Porque le estás<br />
haciendo daño». Me chocó la contestación; pero me chocó más todavía<br />
cuando Manuel fue a la ventana, la abrió, y cogió la mariposa, le secó el<br />
alfiler y la tiró a la calle. El chico se puso tan furioso que <strong>de</strong>safió a<br />
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