Aurora Roja de Pio Baroja - Editorial Aldevara
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Pío <strong>Baroja</strong><br />
-¿Para qué me he casado yo con este hombre, con este saltimbanqui?<br />
-preguntaba <strong>de</strong> vez en cuando, con la vista en el vacío-. Venid aquí, hijas<br />
mías -les <strong>de</strong>cía a sus niñas-, con vuestra madre.<br />
Don Alonso estaba con Salomón <strong>de</strong> criado y <strong>de</strong> voceador <strong>de</strong>l<br />
cinematógrafo. Tenía un frac y unos pantalones encarnados, una comida<br />
regular... lo bastante para ser feliz. Era un buen escenario para que don<br />
Alonso luciese sus habilida<strong>de</strong>s. Allí, a la puerta <strong>de</strong> la barraca, el hombre<br />
tiraba diez o doce bolas al alto y las iba recogiendo rápidamente; hacía<br />
luego danzar por el aire una botella, un puñal, una vela encendida, una<br />
naranja y otra porción <strong>de</strong> cosas.<br />
-¡Entrad, señores, a ver el cinecromovidaograph! -gritaba-. Uno <strong>de</strong> los<br />
a<strong>de</strong>lantos más gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l siglo xx. Se ven moverse a las personas.<br />
¡Ahora es el momento! ¡Ahora es el momento! Va a comenzar la<br />
representación. ¡Un real! ¡Un real! Niños y militares, diez céntimos.<br />
Entre las películas <strong>de</strong>l cinecromovidaograph había: La marcha <strong>de</strong> un<br />
tren, La escuela <strong>de</strong> natación, Un baile, La huelga, Los soldados en la<br />
parada, Maniobras <strong>de</strong> una escuadra, y, a<strong>de</strong>más, varios números<br />
fantásticos. Entre éstos, los más notables eran: uno <strong>de</strong> un señor que no<br />
pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>snudarse nunca, y otro <strong>de</strong> un hombre que roba y a quien le<br />
persiguen dos polizontes, y se hace invisible y se escapa <strong>de</strong> entre los<br />
<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> sus perseguidores y se convierte en bailarina y se ríe <strong>de</strong>l juez y<br />
<strong>de</strong> los guardias.<br />
Una mañana, camino <strong>de</strong> Murcia, tuvo Salomón la mala i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>tenerse en un pueblo próximo a Monteagudo.<br />
El alcal<strong>de</strong> <strong>de</strong>l pueblo entendió que <strong>de</strong>bía ver la representación, para<br />
prestar o no su consentimiento al espectáculo.<br />
En vista <strong>de</strong> que en el público abundaba el elemento rico, Salomón<br />
pensó que <strong>de</strong>bía suprimirse el cuadro <strong>de</strong> La huelga. Se representaron los<br />
<strong>de</strong>más cuadros con aplauso; pero al llegar al Ladrón invisible, el alcal<strong>de</strong>,<br />
hombre religioso, católico y <strong>de</strong>dicado a la usura, afirmó en voz alta que<br />
era inmoral que no cogieran a aquel bandido.<br />
-Que vuelvan a hacerlo, pero que cojan al ladrón -dijo en voz alta.<br />
-Es imposible, señor alcal<strong>de</strong> -replicó don Alonso.<br />
-¡Cómo que es imposible! -repuso el alcal<strong>de</strong>-. O se hace eso, o los llevo<br />
a uste<strong>de</strong>s a la cárcel. A escoger.<br />
Don Alonso quedó sumido en un mar <strong>de</strong> confusiones, y estimó, como<br />
lo más oportuno, apagar las luces, para dar a enten<strong>de</strong>r que se había<br />
acabado la representación. Nunca lo hubiera hecho.<br />
Los espectadores, furiosos, se lanzaron contra él. Don Alonso escapó<br />
fuera <strong>de</strong> la barraca. «¡A ése!», gritó un chico al verle. «¡A ése!», gritaron<br />
unas mujeres; y hombres y mujeres, y chicos y perros, echaron a correr<br />
tras él. Don Alonso salió <strong>de</strong>l pueblo. Cruzó, volando, unos rastrojos.<br />
Comenzaron a llover piedras a su alre<strong>de</strong>dor. Afortunadamente se hacía<br />
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