Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
calma:<br />
—Tranqui<strong>lo</strong>, Susto, no pasa nada.<br />
El animal se acerca a mí y me rodea cuando Eric pregunta:<br />
—¿Conoces a ese chucho?<br />
—Sí. Es Susto.<br />
—¿Susto? ¿Le has llamado Susto?<br />
—Pues sí. ¿A <strong>que</strong> es muy monoooooo?<br />
Sin dar crédito a <strong>lo</strong> <strong>que</strong> ve, Eric arruga la cara.<br />
—Pero ¿qué lleva en el cuel<strong>lo</strong>?<br />
—Está resfriado y le he hecho una bufanda para él —aclaro, encantada.<br />
El perro posa su huesuda cabeza en mi pierna y <strong>lo</strong> toco.<br />
—No <strong>lo</strong> to<strong>que</strong>s. ¡Te morderá! —grita Eric, enfadado.<br />
Eso me hace reír. Estoy segura de <strong>que</strong> Eric <strong>lo</strong> mordería antes a él.<br />
—No to<strong>que</strong>s a ese sucio chucho, Jud, ¡por el amor de Dios! —insiste.<br />
Un ruidito sale de la garganta del animal y, divertida, me agacho.<br />
—Ni caso de <strong>lo</strong> <strong>que</strong> éste diga, ¿vale, Susto? Y venga, ve a dormir. No pasa nada.<br />
El perro, tras echar una última ojeada a un desco<strong>lo</strong>cado Eric, se aleja y veo <strong>que</strong> se<br />
mete en la destartalada caseta. Eric, sin decir nada más, comienza a andar y yo le pregunto:<br />
—¿Puedo llevar a Susto a casa?<br />
—No, ni <strong>lo</strong> pienses.<br />
¡Lo sabía! Pero insisto:<br />
—Pobrecito, Eric. ¿No ves el frío <strong>que</strong> hace?<br />
—Ese chucho no entrará en mi casa.<br />
¡Ya estamos con su casa!<br />
—Anda, mi amol. ¡Porfapleaseeee!<br />
No contesta, y al final, decido seguir<strong>lo</strong>. Ya insistiré en otro momento. Mientras<br />
camino tras él, poso mi mirada en su trasero y en sus fuertes piernas.<br />
¡Guau! Ese cu<strong>lo</strong> apretado y esas fuertes piernas me hacen sonreír y, sin <strong>que</strong> pueda<br />
remediar<strong>lo</strong>, ¡zas!, le doy un azote.<br />
Eric se para, me mira con una mala leche <strong>que</strong> para qué, no dice nada y continúa<br />
andando. Yo sonrío. No me da miedo. No me asusta y estoy juguetona. Me agacho, cojo<br />
nieve con las manos y se la tiro al centro de su bonito trasero. Eric se para. Maldice en<br />
alemán y sigue andando.<br />
¡Aisss, qué poco sentido del humor!<br />
Vuelvo a coger más nieve, y esta vez se la tiro directamente a la cabeza. El proyectil<br />
le impacta en toda la coronilla. Suelto una carcajada. Eric se da la vuelta. Clava sus fríos<br />
ojos en mí y sisea:<br />
—Jud..., me estás enfadando como no te puedes ni imaginar.<br />
¡Dios...! ¡Dios, qué sexy! ¡Cómo me pone!<br />
Continúa su camino y yo <strong>lo</strong> sigo. No puedo apartar mis ojos de él a pesar del frío<br />
<strong>que</strong> tengo, y sonrío al imaginar todo <strong>lo</strong> <strong>que</strong> le haría en ese instante. Cuando entramos en la<br />
casa, él se marcha a su despacho sin hablarme. Está muy enfadado. Un ca<strong>lo</strong>rcito<br />
maravil<strong>lo</strong>so toma todo mi cuerpo. Ahora soy consciente del frío <strong>que</strong> hace en el exterior.<br />
Pobre Susto. Cuando me despojo del abrigo, decido seguir<strong>lo</strong> al despacho. Le deseo. Pero<br />
antes de entrar me quito las empapadas botas y <strong>lo</strong>s va<strong>que</strong>ros. Me estiro la camiseta, <strong>que</strong> me<br />
llega hasta la mitad de <strong>lo</strong>s mus<strong>lo</strong>s, y abro la puerta. Cuando entro, Eric está sentado a su<br />
mesa ante el ordenador. No me mira.