Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
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días <strong>que</strong> me ha hecho pasar, pero por otro <strong>lo</strong> necesito tanto <strong>que</strong> soy capaz de perdonarle<br />
absolutamente todo para el resto de su vida y gritarle <strong>que</strong> me folle aquí mismo.<br />
Durante <strong>lo</strong> <strong>que</strong> parece una eternidad nos miramos.<br />
Nos calentamos.<br />
Nos besamos con la mirada.<br />
Y como es normal en mí comienzo a desvariar. ¿Lo perdono? ¿No <strong>lo</strong> perdono?<br />
Pero harto de la espera posa su tentadora boca sobre la mía. Siento sus labios arder<br />
encima de <strong>lo</strong>s míos cuando dice:<br />
—Bésame...<br />
No me muevo.<br />
No <strong>lo</strong> beso.<br />
Estoy tan paralizada por el deseo <strong>que</strong> apenas si puedo respirar.<br />
—Bésame, pe<strong>que</strong>ña —insiste.<br />
Al ver <strong>que</strong> no hago nada, posa sus manos en mi cabeza y hace eso <strong>que</strong> me vuelve<br />
<strong>lo</strong>ca: me repasa con su lengua el labio superior y después el inferior, terminando el<br />
momento con un mordisquito delicioso. Su respiración se acelera. La mía parece una<br />
<strong>lo</strong>comotora, y entonces me besa. No espera más. Me posee con su boca de tal manera <strong>que</strong><br />
ya estoy dispuesta a absolutamente todo <strong>lo</strong> <strong>que</strong> él me pida.<br />
Mientras me besa, siento cómo una de sus manos baja de mi cabeza a mi cuel<strong>lo</strong> y<br />
luego llega a mi espalda. Sus dedos se hunden en mi carne y me arrastra hacia él hasta<br />
sentir sobre mi vagina su dulce, tentadora y exquisita erección.<br />
¡Oh, Dios! Menos mal <strong>que</strong> llevo va<strong>que</strong>ros; si no fuera así, Eric ya me habría<br />
arrancado las bragas, o mejor dicho, ya me las habría arrancado yo misma.<br />
Inconscientemente, cierro <strong>lo</strong>s ojos y echo para atrás la cabeza. Él, al ver mi disfrute y el<br />
cambio de mi respiración, primero me muerde la barbilla y, bajando su húmeda lengua por<br />
mi garganta, murmura:<br />
—Vamos a la habitación, cariño. Necesito desnudarte y poseerte como llevo días<br />
deseando hacer. Quiero abrir tus piernas para mí y, tras saborearte, hundirme en ti una y<br />
otra vez hasta <strong>que</strong> tus gemidos calmen el ansia viva <strong>que</strong> siento por ti.<br />
Escuchar eso me marea. «¡Ansia viva!»<br />
Instantáneamente, me siento borracha de él y, como <strong>siempre</strong>, quiero más. Pero no,<br />
no debo. Lucho con determinación contra mi deseo y mi excitación, y con las fuerzas <strong>que</strong><br />
aún tengo a mi favor me echo para atrás, me separo de él y dejo escapar, a sabiendas de <strong>lo</strong><br />
<strong>que</strong> pasará:<br />
—No..., no estás perdonado.<br />
—Jud..., te deseo.<br />
—No..., no debes.<br />
—Jud..., cariño —protesta.<br />
—Dime cuál es mi habitación y...<br />
Sin terminar la frase, oigo su frustración cuando se separa de mí. Su gesto está tan<br />
tenso como la entrepierna de su pantalón. Cierra <strong>lo</strong>s ojos y se apoya en la encimera. Sus<br />
nudil<strong>lo</strong>s están blancos, y sin mirarme, finalmente sisea:<br />
—De acuerdo, continuemos con tu juego. Sígueme.<br />
Esta vez, sin darme la mano, comienza a andar hacia la escalera y <strong>lo</strong> sigo. Miro su<br />
ancha espalda, sus fuertes piernas y su trasero. Eric es tentador. Pura tentación y, ¡uf!, soy<br />
consciente de a <strong>lo</strong> <strong>que</strong> acabo de decir <strong>que</strong> no.<br />
Al llegar a la primera planta camina con decisión hacia su habitación, abre la puerta,