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Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_

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Sin más, salgo del despacho mientras siento <strong>que</strong> de nuevo tengo el corazón partido.<br />

Por la noche duermo en mi cuartito. Eric no me busca. No se preocupa por mí, y eso<br />

me desmotiva total y completamente. He cumplido su objetivo. Le he facilitado <strong>que</strong> no<br />

fuera él quien me echara de su casa y de su vida. Tumbada en la mullida alfombra junto a<br />

Susto, miro por la cristalera mientras soy consciente de <strong>que</strong> mi bonita historia de amor con<br />

este alemán se ha acabado.<br />

Al día siguiente, cuando Eric se marcha a trabajar, estoy molida. La alfombra es la<br />

bomba, pero tengo la espalda destrozada. Cuando entro en la cocina, Simona, ajena a mi<br />

pena, me saluda. Tomo el café en silencio, hasta <strong>que</strong> le pido <strong>que</strong> se siente a mi lado.<br />

Cuando le cuento <strong>que</strong> me marcho, su rostro se contrae y, por primera vez en todo el tiempo<br />

<strong>que</strong> llevo aquí, veo a la mujer l<strong>lo</strong>rar con desconsue<strong>lo</strong>. Me abraza, y yo la abrazo.<br />

Durante horas recojo todas las cosas <strong>que</strong> hay mías por la casa. Guardo fotos, libros,<br />

CD en cajas, y cada vez <strong>que</strong> cierro una con cinta, el corazón se me encoge. Por la tarde,<br />

<strong>que</strong>do con Marta en el bar de Arthur, y cuando le digo <strong>que</strong> me marcho, sorprendida, dice:<br />

—Pero ¿mi hermano es imbécil?<br />

Su expresividad me hace sonreír y, tras tranquilizarla, murmuro:<br />

—Es <strong>lo</strong> mejor, Marta. Está visto <strong>que</strong> tu hermano y yo nos <strong>que</strong>remos mucho, pero<br />

somos totalmente incapaces de arreglar nuestros problemas.<br />

—Mi hermano y tú, no. ¡Mi hermano! —insiste ella—. Conozco a ese cabezón, y si<br />

tú te vas es, seguro, por<strong>que</strong> él no te <strong>lo</strong> ha puesto fácil. Pero te juro por mi madre <strong>que</strong> me va<br />

a oír. Le voy a poner verde por ser como es. ¿Cómo puede dejarte ir? ¿¡Cómo!?<br />

Frida se suma a nuestro due<strong>lo</strong> y, durante horas, charlamos. Nos consolamos<br />

mutuamente, mientras Arthur se acerca a nosotras para traernos bebidas frescas. No sabe<br />

qué nos pasa. Lo único <strong>que</strong> sabe es <strong>que</strong> tan pronto l<strong>lo</strong>ramos como reímos.<br />

De pronto, recuerdo algo. Miro el re<strong>lo</strong>j. Es viernes, y son las siete y veinte.<br />

—¿Sabéis dónde está la Trattoria de Vicenzo?<br />

—¿Tienes hambre? —pregunta Marta.<br />

Niego con la cabeza y les comento <strong>que</strong> a esa hora sé <strong>que</strong> Betta estará en ese lugar.<br />

—¡Ah, no! —dice Frida al ver mi mirada—. ¡Ni se te ocurra! Si Eric se entera se<br />

enfadará más y...<br />

—¿Y qué? —pregunto—. ¿Qué importa ya?<br />

Las tres nos miramos y, como brujas, nos partimos de risa. Nos montamos en el<br />

coche de Marta y veinte minutos después estamos frente a ese lugar. Entre risas, urdimos<br />

un plan. Esa Betta se va a enterar de quién es Judith F<strong>lo</strong>res.<br />

Cuando entramos en el bonito restaurante, escaneo el <strong>lo</strong>cal en busca de ella. Como<br />

imaginaba, está sentada a una mesa con varias personas. Durante un rato la observo. Parece<br />

encantada y feliz.<br />

—Judith, si quieres, <strong>lo</strong> dejamos —susurra Marta.<br />

Yo niego con la cabeza. Mi venganza se va a completar. Camino con decisión hasta<br />

la mesa, y Betta, cuando nos ve a las tres, se <strong>que</strong>da blanca. Yo sonrío, y le guiño un ojo.<br />

Para mala, ¡yo! Cuando estamos a su lado, Frida dice:<br />

—Hombre, Betta. ¿Tú aquí?<br />

—¡Vaya, vaya, qué casualidad! —digo, riendo, y Betta se descompone.<br />

Todos <strong>lo</strong>s comensales <strong>que</strong> hay a la mesa nos miran, y yo me presento.<br />

—Soy Judith F<strong>lo</strong>res, española como Betta. —Todos asienten, y murmuro con una<br />

sonrisa encantadora y angelical—: Encantada de conocer<strong>lo</strong>s.<br />

Los comensales sonríen, y sin perder tiempo, pregunto:

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