Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
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Cuando el desespero comienza a fraguar en mí una gran desazón, alguien me toca<br />
por la espalda y, al volverme, me encuentro con David Guepardo. ¡Qué chico más mono!<br />
Encantada, sonrío e intento centrarme en él. Entramos en el pub. Me invita a una copa y yo<br />
a él a otra. Es amable, un bombón, y por su mirada y las cosas <strong>que</strong> dice sé <strong>lo</strong> <strong>que</strong> busca.<br />
¡Sexo! Pero no. Hoy no estoy yo muy fina, y decido omitir <strong>lo</strong>s mensajes <strong>que</strong> me manda<br />
mientras empiezo a servir copas en la barra.<br />
Veinte minutos después, veo entrar a Eric en el <strong>lo</strong>cal, y mi corazón se desboca.<br />
Tun-tun... Tun-tun...<br />
Va so<strong>lo</strong>. Mira alrededor y rápidamente me <strong>lo</strong>caliza. Camina con decisión hacia<br />
donde estoy y, cuando llega, dice:<br />
—Jud, sal de ahí <strong>ahora</strong> mismo y ven conmigo.<br />
David <strong>lo</strong> mira, y después me mira a mí.<br />
—¿Conoces a este tipo? —pregunta.<br />
Voy a responder cuando Eric se me adelanta.<br />
—Es mi mujer. ¿Algo más <strong>que</strong> preguntar?<br />
¿Su mujer? ¿Será prepotente?<br />
Sorprendido, David me mira. Yo pestañeo y, finalmente, mientras termino de<br />
preparar un cubata para el pelirrojo de la derecha, respondo:<br />
—No soy tu mujer.<br />
—¿Ah, no? —insiste Eric.<br />
—No.<br />
Le entrego la consumición al pelirrojo, y éste me sonríe. Yo hago <strong>lo</strong> mismo. Una<br />
vez <strong>que</strong> le cobro miro a Eric, <strong>que</strong> aguarda desesperado, y le aclaro:<br />
—No soy nada tuyo. Lo nuestro acabó y...<br />
Pero Eric, clavando sus espectaculares ojos azules en mí, no me deja terminar.<br />
—Jud, cariño, ¿quieres dejar de decir tonterías y salir de esa barra?<br />
Molesta por sus palabras, gruño.<br />
—Las tonterías las vas a dejar de decir tú, chato. Y repito: no soy tu mujer y<br />
tampoco soy tu novia. No soy absolutamente nada tuyo y quiero <strong>que</strong> me dejes vivir en paz.<br />
—Jud...<br />
—Quiero <strong>que</strong> me olvides y me dejes trabajar —prosigo, molesta—. Quiero <strong>que</strong> te<br />
fijes en otra, <strong>que</strong> le des la barrila a ella y <strong>que</strong> te alejes de mí, ¿entendido?<br />
Mi gesto es serio, pero el de Eric es tenebroso.<br />
Me mira..., me mira..., me mira...<br />
Tiene la mandíbula tensa y sé <strong>que</strong> está conteniendo sus impulsos más primitivos,<br />
esos <strong>que</strong> me vuelven <strong>lo</strong>ca. ¡Dios, soy una masoca! David nos mira a ambos, pero antes de<br />
<strong>que</strong> pueda decir algo, Eric murmura:<br />
—De acuerdo, Jud. Haré <strong>lo</strong> <strong>que</strong> me pides.<br />
Sin más, se da la vuelta y va al fondo de la barra. Incómoda, <strong>lo</strong> sigo con la mirada.<br />
—¿Quién es ese tipo? —pregunta David.<br />
No respondo. Só<strong>lo</strong> puedo seguir con la mirada a Eric y ver cómo mi compañero de<br />
barra le sirve un whisky. David insiste.<br />
—Si no es mucha indiscreción, ¿quién es?<br />
—Alguien de mi pasado —contesto como puedo.<br />
Con un enfado por todo <strong>lo</strong> alto, intento olvidarme de <strong>que</strong> Eric está aquí. Sigo<br />
preparando bebidas y sonriendo a la gente <strong>que</strong> se acerca a mí para pedirlas. Durante un<br />
buen rato, no <strong>lo</strong> miro. Quiero obviar su presencia y divertirme. David es un encanto e