Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
Pideme-lo-que-quieras-ahora-y-siempre-Megan-Maxwellcrispetes.cat_
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
te necesita. Si realmente le quieres, no se <strong>lo</strong> pongas difícil y vuelve con él. Só<strong>lo</strong> está<br />
esperando a <strong>que</strong> tú des el primer paso. Sé dulce y buena.<br />
Sonrío y me desespero. ¿Dulce y buena? Más <strong>que</strong> dar un paso <strong>lo</strong> <strong>que</strong> he hecho ha<br />
sido declararle la guerra. Desesperada por encontrarme en la encrucijada más <strong>lo</strong>ca de mi<br />
vida murmuro tras ver <strong>que</strong> Eric me observa:<br />
—El fin de semana <strong>que</strong> viene tengo pensado ir a Múnich. Se <strong>lo</strong> he comentado y él<br />
ha creído <strong>que</strong> voy a ir contigo a no sé qué fiesta.<br />
—¡Guaua!, preciosa. Eso le habrá enfurecido —se mofa.<br />
Tras hablar sobre mi visita a Múnich con Björn me despido de él y cierro el móvil.<br />
Me bebo la coca-cola. La pago y salgo de la cafetería. Cuando regreso al despacho, a <strong>lo</strong>s<br />
dos minutos aparece Eric. Entra en su despacho y me mira, me mira y me mira.<br />
Dios, cómo me excita cuando me mira así.<br />
Soy una puñetera masoquista, pero esa frialdad en su mirada fue <strong>lo</strong> <strong>que</strong> me enamoró<br />
de él.<br />
Como puedo, me concentro en mi trabajo. No doy pie con bola. Sé <strong>lo</strong> <strong>que</strong> necesito.<br />
Necesito besar<strong>lo</strong> para desb<strong>lo</strong><strong>que</strong>arme. Anhe<strong>lo</strong> su boca, su contacto, y como sé cómo<br />
conseguir<strong>lo</strong>, me levanto, entro al despacho de Miguel, <strong>que</strong> no está, y de allí paso al archivo.<br />
He imaginado bien. Eric no tarda en llegar, y antes de <strong>que</strong> me dé tiempo a respirar<br />
ya está detrás de mí. No me toca. Só<strong>lo</strong> está cerca de mí. Hago <strong>que</strong> no me he dado cuenta de<br />
su presencia y me doy la vuelta. Me choco contra él. ¡Oh, Dios!, su o<strong>lo</strong>r me encanta. Lo<br />
miro, me mira y pregunto:<br />
—¿Quiere algo, señor Zimmerman?<br />
Su boca va directa a la mía.<br />
No se detiene en chuparme <strong>lo</strong>s labios.<br />
Directamente mete su lengua en mi boca y me besa. Me devora con ansia. Su barba<br />
y su bigote me hacen cosquillas en la nariz y en la cara, pero cuando sus manos me cogen la<br />
cabeza para profundizar el beso, simplemente me dejo hacer. Lo necesito. Lo disfruto.<br />
Mientras me besa con ardor y exigencia, mi cuerpo se recarga de fuerza y, cuando finaliza,<br />
<strong>lo</strong> miro y, sin limpiarme <strong>lo</strong>s labios, murmuro:<br />
—Recuerde, señor, mi boca ya no es só<strong>lo</strong> suya.<br />
Una vez <strong>que</strong> digo eso, le empujo contra <strong>lo</strong>s archivos y salgo pletórica por haber<br />
conseguido mi beso. Pero después me arrepiento. ¿Qué estoy haciendo? Él necesita <strong>que</strong> yo<br />
dé el paso, pero mi orgul<strong>lo</strong> no <strong>lo</strong> ha consentido. El resto del día no vuelve a acercarse a mí.<br />
Eso sí, no deja de mirarme. Me desea. Lo sé. Me desea tanto como yo <strong>lo</strong> deseo a él.