Revista de Análisis Transaccional y PsicologÃa Humanista - aespat
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56 Felicísimo Valbuena <strong>de</strong> la Fuente–Óyeme, pescador; si me <strong>de</strong>vuelves alagua, convertiré tu pobre choza en un magníficopalacio.Le respondió el pescador:–¿De qué me servirá un palacio, si no tengoqué comer?Y contestó el pez:–También remediaré esto, pues habrá enel palacio un armario que, cada vez que loabras, aparecerá lleno <strong>de</strong> platos con los manjaresmás selectos y apetitosos que quedas<strong>de</strong>sear.–Si es así - respondió el hombre, - bienpuedo hacerte el favor que me pi<strong>de</strong>s.–Sí –dijo el pez, –pero hay una condición:No <strong>de</strong>bes <strong>de</strong>scubrir a nadie en el mundo, seaquien fuere, <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> te ha venido la fortuna.Una sola palabra que digas, y todo <strong>de</strong>saparecerá.El hombre volvió a echar al agua el pezmilagroso y se fue a su casa. Pero don<strong>de</strong> antesse levantaba su choza, había ahora ungran palacio. Abriendo unos ojos como naranjas,entró y se encontró a su mujer en unaespléndida sala, ataviada con hermosos vestidos.Contentísima, le preguntó:–Marido mío, ¿cómo ha sido esto? ¡Laverdad es que me gusta!–Sí - le respondió el hombre, - a mí también;pero vengo con gran apetito, dame algo<strong>de</strong> comer.–No tengo nada - respondió ella - ni encuentronada en la nueva casa.–No hay que apurarse - dijo el hombre; -veo allí un gran armario: ábrelo.Y al abrir el armario aparecieron pasteles,carne, fruta y vino, que daba gloria verlos.Exclamó entonces la mujer, no cabiendoen sí <strong>de</strong> gozo:–Corazón, ¿qué pue<strong>de</strong>s ambicionar aún?Y se sentaron, y comieron y bebieron enbuena paz y compañía. Cuando hubieron terminado,preguntó la mujer:–Pero, marido, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> nos viene todaesta riqueza?–No me lo preguntes - respondió él -, nome está permitido <strong>de</strong>cirlo. Si lo revelara, per<strong>de</strong>ríamostoda esta fortuna.–Como quieras - dijo la mujer. - Si es queno <strong>de</strong>bo saberlo, no pensaré más en ello.Pero su i<strong>de</strong>a era muy distinta, y no <strong>de</strong>jó enpaz a su marido <strong>de</strong> día ni <strong>de</strong> noche, fastidiándoloy pinchándole con tanta insistencia que,perdida ya la paciencia, el hombre acabó porrevelarle que todo les venía <strong>de</strong> un prodigiosopez <strong>de</strong> oro que había pescado y vuelto a poneren libertad a cambio <strong>de</strong> aquellos favores.Apenas había terminado <strong>de</strong> hablar, <strong>de</strong>saparecióel hermoso palacio con su armario, yhételos <strong>de</strong> nuevo en su mísera choza.El hombre no tuvo más recurso que reanudarsu vida <strong>de</strong> trabajo y salir a pescar; peroquiso la suerte que el mismo pez volviese acaer en sus re<strong>de</strong>s.–Óyeme - le dijo; - si otra vez me echas alagua, te <strong>de</strong>volveré el palacio con el armariolleno <strong>de</strong> guisos y asados; pero manténte firmey no <strong>de</strong>scubras a nadie quién te lo hadado, o volverás a per<strong>de</strong>rlo.–Me guardaré muy bien - respondió elpescador, soltando nuevamente al pez en elagua.Y al llegar a su casa, la encontró otra vezen gran esplendor, y a su mujer, encantadacon su suerte. Pero la curiosidad no la <strong>de</strong>jabavivir, y a los dos días ya estaba preguntandootra vez cómo había ocurrido aquello y a quése <strong>de</strong>bía. El hombre se mantuvo firme unatemporada; pero, al fin, exasperado por la importunidad<strong>de</strong> su esposa, reventó y <strong>de</strong>scubrióel secreto; y, en el mismo instante <strong>de</strong>saparecióel palacio, y el matrimonio se encontró ensu vieja cabaña.–Estarás satisfecha - le regañó el marido. -Otra vez nos tocará pasar hambre.–¡Ay! - replicó ella. - Prefiero no tener riquezas,si no puedo saber <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> me vienen;la curiosidad no me <strong>de</strong>ja vivir.En El pescador y su mujer, vamos viendocómo una mujer va recorriendo la Pirámi<strong>de</strong><strong>de</strong> Maslow como si fuera una bola <strong>de</strong>nieve. La situación es cada vez más humorística.Había un pescador que vivía con su mujeren una choza, a la orilla <strong>de</strong>l mar. El pescadoriba todos los días a echar su anzuelo, y leechaba y le echaba sin cesar.Estaba un día sentado junto a su caña enla ribera, con la vista dirigida hacia su límpidaagua, cuando <strong>de</strong> repente vio hundirse el anzueloy bajar hasta lo más profundo y al sacarletenía en la punta un barbo muy gran<strong>de</strong>,el cual le dijo:–Te suplico que no me quites la vida; nosoy un barbo verda<strong>de</strong>ro, soy un príncipe en-<strong>Revista</strong> <strong>de</strong> Análisis <strong>Transaccional</strong> y Psicología <strong>Humanista</strong>, Nº 58, Año 2008