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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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sobrepelliz, copón, o patena» eran <strong>católico</strong>s. (Ese vocabulario arcano, <strong>de</strong>rivado <strong>de</strong>l latín, era<br />

fuente <strong>de</strong> agravio para enteras generaciones <strong>de</strong> maestros <strong>de</strong> Sec<strong>un</strong>daria y profesores <strong>de</strong><br />

Composición inglesa, empeñados en que usáramos breves y concisas expresiones<br />

anglosajonas, más que rimbombantes latinajos, en nombres y verbos.) A<strong>de</strong>más,<br />

pron<strong>un</strong>ciábamos <strong>de</strong> manera distinta alg<strong>un</strong>as palabras relacionadas con la religión. Por otra<br />

parte, estaba el sentimiento <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificación con <strong>de</strong>terminados héroes locales. Otros chicos se<br />

sabían <strong>de</strong> memoria todas las estadísticas, favorables o contrarias, <strong>de</strong> sus lanzadores o<br />

bateadores <strong>de</strong> béisbol preferidos, pero no tenían ni i<strong>de</strong>a ni, por supuesto, el más mínimo<br />

interés por su afiliación religiosa. También nosotros éramos forofos <strong>de</strong> nuestros héroes <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>porte, pero sabíamos quiénes eran <strong>católico</strong>s (por ejemplo, John Unitas, Artie Donovan,<br />

Brooks Robinson) e incluso a qué parroquia pertenecían. Pero al mismo tiempo notábamos<br />

que nuestra relación con esos dioses <strong>de</strong>l <strong>de</strong>porte era, en cierto modo, digamos... diferente.<br />

Con nuestros <strong>un</strong>iformes <strong>de</strong> colegio <strong>católico</strong> parecíamos distintos. Y si bien era verdad que el<br />

uso <strong>de</strong>l <strong>un</strong>iforme suponía para nuestros padres <strong>un</strong> buen ahorro en ropa, también era cierto<br />

que el <strong>un</strong>iforme nos daba la sensación <strong>de</strong> pertenecer a <strong>un</strong>a entidad distinguida. A eso se<br />

añadía que nuestro profesorado estaba compuesto en buena parte por religiosas. Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong><br />

ellas eran magníficas profesoras; por ejemplo, mi profesora <strong>de</strong> primer grado, la Hermana Mary<br />

Moira, S.S.N.D., era <strong>un</strong>a perfecta conocedora <strong>de</strong> la «fonética» incluso antes <strong>de</strong> que se<br />

impusiera como ciencia, y <strong>de</strong> ella se <strong>de</strong>cía que era capaz <strong>de</strong> enseñar a leer a <strong>un</strong>a piedra. Otras,<br />

por <strong>de</strong>cirlo con cierta finura, eran menos que a<strong>de</strong>cuadas, como mi profesora <strong>de</strong> quinto grado,<br />

la Hermana Maurelia, <strong>de</strong> setenta años, que aún creía que el sol giraba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la tierra.<br />

Pero hasta las menos dotadas para la enseñanza imponían respeto, porque su combinación <strong>de</strong><br />

disciplina personal con <strong>de</strong>voción y austeridad <strong>de</strong> maneras nos enseñaba algo verda<strong>de</strong>ramente<br />

importante para la vida y sus objetivos, a<strong>un</strong>que <strong>de</strong> manera más bien tosca e inarticulada. (Y no<br />

faltaban momentos <strong>de</strong> <strong>un</strong>a ocasional Ingrid Bergman en Going My Way, como el hecho <strong>de</strong> que<br />

la fi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> la Hermana Maurelia al <strong>un</strong>iverso ptolemaico podía coexistir con su<br />

impresionante capacidad para <strong>de</strong>rribar a cualquier <strong>joven</strong> rebel<strong>de</strong> con <strong>un</strong>a simple goma <strong>de</strong><br />

borrar a más <strong>de</strong> veinte metros <strong>de</strong> distancia. Si alguien hubiera <strong>de</strong>scrito ese comportamiento<br />

como «abusivo», se le habría consi<strong>de</strong>rado <strong>un</strong> mentecato.)<br />

También nuestro calendario, y los hábitos que creaba en nosotros, nos marcaba como<br />

distintos. Los días festivos (por ejemplo, el 8 <strong>de</strong> diciembre, fiesta <strong>de</strong> la Inmaculada Concepción<br />

<strong>de</strong> María) no teníamos clase, lo que provocaba la envidia <strong>de</strong> los que seguían la enseñanza<br />

estatal, los «públicos», que solíamos <strong>de</strong>cir. En aquel tiempo inocente, antes <strong>de</strong> que en las<br />

escuelas gubernamentales se consi<strong>de</strong>rara la terminología cristiana como <strong>un</strong> peligro para la<br />

subsistencia <strong>de</strong> la República, todos gozábamos <strong>de</strong> «vacaciones <strong>de</strong> Navidad». Pero nosotros<br />

teníamos «vacaciones <strong>de</strong> Pascua», mientras para todos los <strong>de</strong>más se trataba <strong>de</strong> la «pausa <strong>de</strong><br />

primavera». El hecho <strong>de</strong> no comer carne los viernes nos separaba <strong>de</strong> nuestros amigos y<br />

vecinos no <strong>católico</strong>s; nadie más, que supiéramos, llevaba en su mochila bocadillos <strong>de</strong> atún o <strong>de</strong><br />

queso. Nuestros padres no podían comer carne los días <strong>de</strong> semana durante la Cuaresma, y los<br />

domingos, todo el m<strong>un</strong>do ay<strong>un</strong>aba tres horas antes <strong>de</strong> asistir a misa. La Primera Com<strong>un</strong>ión (en<br />

el seg<strong>un</strong>do grado) y la Confirmación (en el cuarto grado) eran los momentos más importantes<br />

<strong>de</strong> nuestro ciclo <strong>de</strong> vida católica.

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