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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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las bienaventuranzas, Jesús llama «limpieza <strong>de</strong> corazón». Y es que vivir y amar <strong>de</strong> ese modo<br />

conduce a la santidad y a la satisfacción. De hecho, es <strong>un</strong>a manera <strong>de</strong> santificar el m<strong>un</strong>do.<br />

La tercera parte <strong>de</strong> la «teología <strong>de</strong>l cuerpo» sintetiza esos temas y enseña que el matrimonio<br />

es <strong>un</strong>a <strong>de</strong> esas realida<strong>de</strong>s sacramentales que nos sitúa en la realidad extraordinaria que está<br />

justo al final <strong>de</strong> la realidad ordinaria. El matrimonio es <strong>un</strong>a imagen <strong>de</strong> la creación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do<br />

por la acción <strong>de</strong> Dios, que fue <strong>un</strong> acto <strong>de</strong> amor y <strong>de</strong> donación <strong>de</strong> sí mismo. El matrimonio es<br />

también <strong>un</strong>a imagen <strong>de</strong> la re<strong>de</strong>nción <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do realizada por Dios. Como enseña Pablo en su<br />

carta a los Efesios, el amor <strong>de</strong> Cristo a la Iglesia es como el amor <strong>de</strong>l esposo a la esposa. Ese<br />

amor fec<strong>un</strong>do que crea y que redime no es afecto sin más, a<strong>un</strong>que el componente afectivo es<br />

importante. Como sugiere el papa Juan Pablo II, el amor matrimonial es la realidad humana<br />

que mejor expresa el compromiso, la intensidad e, incluso, la pasión <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Cristo hacia<br />

la Iglesia, por la que llegó a entregar su vida. Esa es la razón por la que Juan Pablo II se atreve a<br />

<strong>de</strong>cir que el amor sexual <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l matrimonio pue<strong>de</strong> ser <strong>un</strong> verda<strong>de</strong>ro acto <strong>de</strong> culto.<br />

En este p<strong>un</strong>to, quizá puedas objetar «Está bien; pero todo eso es <strong>de</strong>masiado». ¿Sí? ¿Lo es<br />

realmente? La Iglesia sabe muy bien que el amor sexual en el matrimonio no siempre es <strong>un</strong><br />

verda<strong>de</strong>ro éxtasis; a<strong>un</strong>que en perspectiva católica, el éxtasis es la culminación <strong>de</strong>l amor. Y eso,<br />

¿por qué? Pues porque en nuestro interior bulle <strong>un</strong>a sed <strong>de</strong> éxtasis, que es otra manera <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cir que en nuestro interior tenemos sed <strong>de</strong> Dios.<br />

Eso es lo que experimenta la gente en la Capilla Sixtina. La belleza <strong>de</strong>l cuerpo, en la que se<br />

refleja la belleza <strong>de</strong> Dios, <strong>de</strong>spierta en nosotros esa latente sed <strong>de</strong> éxtasis, que no es otra cosa<br />

que nuestra sed <strong>de</strong> com<strong>un</strong>ión con los <strong>de</strong>más y con Dios. No ren<strong>un</strong>cies jamás a esa sed <strong>de</strong><br />

éxtasis; no le tengas miedo.<br />

No pienses que pue<strong>de</strong>s satisfacer esa sed consi<strong>de</strong>rando el sexo como mero contacto<br />

<strong>de</strong>portivo, que es en lo que ha cristalizado la revolución sexual. Eso sería engañarte a ti mismo.<br />

El sexo como mero <strong>de</strong>porte <strong>de</strong> contacto no se distingue en absoluto <strong>de</strong> la sexualidad animal,<br />

que es impersonal, instintiva, mera satisfacción <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «necesidad». Tú estás hecho para<br />

tareas más nobles y más satisfactorias que esas. Estás hecho para el amor libremente ofrecido<br />

y libremente aceptado, <strong>un</strong> amor que incluye <strong>un</strong> compromiso permanente. Por eso, con Juan<br />

Pablo II, podríamos <strong>de</strong>finir la castidad como «integridad <strong>de</strong>l amor». La castidad no es <strong>un</strong>a lista<br />

<strong>de</strong> «noes»: No hagas..., no digas... Castidad es la virtud por la que puedo amar a otra persona<br />

como persona. Por eso, el amor sexual casto –el adjetivo cuadra muy bien en este contexto– es<br />

amor sexual extático, en el sentido original <strong>de</strong> «éxtasis», es <strong>de</strong>cir, «<strong>de</strong>jarse llevar fuera <strong>de</strong> sí».<br />

El verda<strong>de</strong>ro amor sexual consiste en situar el centro <strong>de</strong> mis emociones en la atención a otro.<br />

Pue<strong>de</strong>s ofrecer ese don; y también pue<strong>de</strong>s recibirlo, porque eres libre: tu libertad es tu<br />

capacidad <strong>de</strong> hacer donación libre <strong>de</strong> ti mismo a otros. Eso vale para cualquier clase <strong>de</strong><br />

amistad; pero <strong>de</strong> manera especial para esa forma específica <strong>de</strong> amistad que es el matrimonio,<br />

sellado, expresado y sublimado por la bendición <strong>de</strong>l amor sexual.<br />

Eso nos lleva a otra <strong>de</strong> las lecciones que se pue<strong>de</strong>n sacar <strong>de</strong> la Capilla Sixtina y <strong>de</strong> la «teología<br />

<strong>de</strong>l cuerpo» que encierra: El contexto <strong>católico</strong> para pensar sobre el sexo es la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> libertad, y<br />

no la <strong>de</strong> prohibición. Ese es el reto prof<strong>un</strong>damente humano que la Iglesia Católica lanza a la<br />

revolución sexual <strong>de</strong> nuestra época.

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