Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias
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Quisiera terminar esta carta atando alg<strong>un</strong>os cabos <strong>de</strong> nuestra conversación con <strong>un</strong> breve<br />
ap<strong>un</strong>te sobre los iconos. Las imágenes siempre han sido parte integrante <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción <strong>de</strong> las<br />
Iglesias Católicas Orientales que, a<strong>un</strong>que con su propia liturgia bizantina, han permanecido en<br />
plena com<strong>un</strong>ión con la Iglesia <strong>de</strong> Rama. Hasta fecha muy reciente, los iconos no habían sido<br />
significativos para la Iglesia Católica Occi<strong>de</strong>ntal. Ahora, en cambio, se pue<strong>de</strong>n encontrar en<br />
muchas tiendas especializadas que ofrecen objetos religiosos; incluso muchos <strong>católico</strong>s los<br />
tienen en sus casas para orar ante ellos.<br />
Y todo eso, ¿por qué? En parte, creo yo, como reacción a la escasa belleza <strong>de</strong> la que he<br />
hablado hace <strong>un</strong> momento. Hasta el más oscuro «espacio cúltico» (terrible neologismo <strong>de</strong> las<br />
Iglesias americanas) está ennoblecido por <strong>un</strong> icono. Después <strong>de</strong> muchas décadas preconciliares<br />
<strong>de</strong> <strong>un</strong> llamado «arte religioso», pue<strong>de</strong> ser que, a raíz <strong>de</strong>l Concilio Vaticano II, muchos <strong>católico</strong>s<br />
hayan <strong>de</strong>scubierto el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los iconos. Pero sea como respuesta a las exigencias mo<strong>de</strong>rnas,<br />
o como rechazo al mal gusto <strong>de</strong>l catolicismo anterior, el nuevo interés por los iconos resulta<br />
muy instructivo por la misma razón que lo es la catedral <strong>de</strong> Chartres, es <strong>de</strong>cir, porque nos<br />
enseña que belleza y oración son dos realida<strong>de</strong>s que van siempre j<strong>un</strong>tas.<br />
Cuando Chartres nos invita a salir <strong>de</strong> nosotros mismos para entrar en el luminoso m<strong>un</strong>do <strong>de</strong> la<br />
belleza, nos está invitando a orar. Los artistas que fabricaron las vidrieras <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong><br />
Chartres con sus extraordinarios rojos y azules pretendían que su obra fuera <strong>un</strong> ofrecimiento a<br />
la Reina <strong>de</strong>l Cielo, patrona y protectora <strong>de</strong> su ciudad. Al mismo tiempo, eso era <strong>un</strong>a invitación<br />
a prof<strong>un</strong>dizar en el sentido <strong>de</strong> la condición humana, que lleva necesariamente a la alabanza y a<br />
la acción <strong>de</strong> gracias, a la intercesión y a la contrición, en <strong>un</strong>a palabra, a la oración. Pues eso<br />
mismo vale para los iconos. Creo que eso es lo que entien<strong>de</strong>n intuitivamente los que en la<br />
actualidad compran iconos o aceptan su presencia en las respectivas iglesias.<br />
Como ya dije anteriormente, no nos contentamos con mirar a los iconos, sino a través <strong>de</strong> ellos,<br />
para <strong>de</strong>scubrir que participamos <strong>de</strong> la misma verdad que movió a los artistas iconógrafos. En<br />
Christós Pantokrator <strong>de</strong>scubrimos la verdad <strong>de</strong>l propio Cristo, igual que en la Madonna negra<br />
admiramos a María, y en la famosa evocación <strong>de</strong> la visita <strong>de</strong> los ángeles a Abrahán, obra <strong>de</strong><br />
Rublev, percibimos la verdad <strong>de</strong> la Trinidad. Todo eso nos invita a orar, porque la belleza invita<br />
a la oración. El Dios que, según Agustín, es la «belleza siempre antigua y siempre nueva»<br />
<strong>de</strong>rrama su belleza sobre el m<strong>un</strong>do como <strong>un</strong>a muestra <strong>de</strong> la sed que tiene <strong>de</strong> nosotros. Dios<br />
nos pi<strong>de</strong> que bebamos aquí <strong>de</strong>l pozo <strong>de</strong> la belleza, para que <strong>un</strong> día podamos beber<br />
<strong>de</strong>finitivamente <strong>de</strong> su inefable e inexhaurible belleza en la Nueva Jerusalén <strong>de</strong>l cielo.<br />
En la belleza <strong>de</strong> Chartres encontramos lo que los Santos Padres griegos llamaban «divinización<br />
<strong>de</strong>l ser humano». Y el Car<strong>de</strong>nal Christoph Schönborn, O.P., arzobispo <strong>de</strong> Viena, nos recuerda<br />
que esa «divinización <strong>de</strong>l hombre» es posible por lo que el propio Car<strong>de</strong>nal llama<br />
«humanización <strong>de</strong> Dios», es <strong>de</strong>cir, el misterio <strong>de</strong> la Encarnación. Cuando Dios entra en la<br />
historia hecho carne, lo que queda radicalmente transformado no es sólo la historia, sino<br />
también las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> lo humano. Por la Encarnación, la naturaleza humana camina<br />
hacia su cumplimiento en plenitud.<br />
Esa es la gran verdad que brilla en los inefables azules <strong>de</strong> las vidrieras <strong>de</strong> Chartres. Esa es la<br />
verdad que hace posible cualquier icono. Es gracia activa., por la que Dios <strong>de</strong>rrama sobre el<br />
m<strong>un</strong>do y sobre nuestra vidas la superab<strong>un</strong>dancia <strong>de</strong> su propia vida. Igual que Agustín