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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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<strong>de</strong> «belleza incomparable» suscita en el que la contempla sin prejuicios el <strong>de</strong>seo íntimo <strong>de</strong><br />

«profesar su fe en Dios, Creador <strong>de</strong> todas las cosas visibles e invisibles», y proclamar su fe en<br />

«Cristo, rey <strong>de</strong> los tiempos, y cuyo reinado no tendrá fin».<br />

A pesar <strong>de</strong> que se pintaron en épocas diferentes, las dos cumbres pictóricas <strong>de</strong> Miguel Ángel<br />

en la Capilla Sixtina están, según el papa, en prof<strong>un</strong>da relación teológica. El Juicio final<br />

completa la protohistoria <strong>de</strong> la humanidad que se cuenta en la bóveda. Los personajes que<br />

llenan los seis primeros frescos <strong>de</strong>l ciclo <strong>de</strong> la creación (acto creador a partir <strong>de</strong>l caos, y<br />

creación <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do humano en Adán y Eva) dan paso a tres frescos que cuentan la vida <strong>de</strong><br />

Noé y nos recuerdan que el hombre tien<strong>de</strong> por naturaleza a estropear el don <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do<br />

creado. Pero el modo en que los hijos <strong>de</strong> Noé traicionan a su padre, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo<br />

emborrachado (último fresco <strong>de</strong> la bóveda relativo al Génesis y símbolo <strong>de</strong> la perversión<br />

humana), no significa el fin <strong>de</strong> la historia. Los frescos sobre la creación y la vida <strong>de</strong> Noé<br />

<strong>de</strong>sembocan, ya en la pared <strong>de</strong>l altar mayor, en la historia <strong>de</strong> la re<strong>de</strong>nción sintetizada en el<br />

maravilloso Juicio final.<br />

El fresco <strong>de</strong>l Juicio final representa el «fin» <strong>de</strong> la Historia, en <strong>un</strong> sentido mucho más prof<strong>un</strong>do<br />

que el puramente cronológico. El Cristo que establece su reino y lleva a los justos a reinar con<br />

Él por toda la eternidad conduce a toda la creación a su «culmen», a la plenitud <strong>de</strong> su<br />

consumación. Esos frescos nos dicen que la vida no es puro azar arbitrario, sino que el m<strong>un</strong>do<br />

tiene <strong>un</strong>a finalidad y obe<strong>de</strong>ce o <strong>un</strong> <strong>de</strong>signio divino. En Cristo resucitado, que regresa para<br />

juzgar a la historia y a la humanidad histórica, Dios lleva a su plenitud lo que empezó al otro<br />

extremo <strong>de</strong> la Capilla separando la luz <strong>de</strong> las tinieblas y dando existencia al primer momento<br />

<strong>de</strong> la creación.<br />

Ese Cristo <strong>de</strong>l Juicio final, continuaba el papa, es «<strong>un</strong> Cristo extraordinario [...] dotado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />

belleza primigenia», prof<strong>un</strong>damente encarnada en «la gloria <strong>de</strong> la humanidad <strong>de</strong> Cristo»,<br />

porque la humanidad <strong>de</strong> Jesús, nacido <strong>de</strong> la carne y sangre <strong>de</strong> María, fue el camino por el que<br />

Dios entró en el m<strong>un</strong>do para poner las cosas en su sitio. «Aquí», dijo el papa, «nos<br />

enfrentamos cara a cara con Cristo que expresa en sí mismo toda la prof<strong>un</strong>didad <strong>de</strong>l misterio<br />

<strong>de</strong> la visibilidad <strong>de</strong>l Invisible».<br />

El papa afirmaba que Miguel Ángel había sido <strong>un</strong> hombre <strong>de</strong> prof<strong>un</strong>das convicciones cristianas<br />

y <strong>de</strong> <strong>un</strong>a audacia artística incomparable. En sus frescos <strong>de</strong> la bóveda tuvo la audacia <strong>de</strong> «mirar<br />

con sus propios ojos» a Dios en el primer momento <strong>de</strong> la creación y, especialmente, en la<br />

creación <strong>de</strong>l hombre. Y es que Adán, creado «a imagen y semejanza» <strong>de</strong> Dios (Gn 1,26), es «la<br />

imagen visible» <strong>de</strong>l Creador; y lo es precisamente en la belleza <strong>de</strong> su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z natural. Pero<br />

Miguel Ángel no se paró ahí. «Con audacia inconcebible», continuó el papa, el florentino<br />

«trasladó esa belleza visible y corporal al propio Creador», <strong>un</strong>a pretensión tan audaz que está<br />

al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la blasfemia. Pero Miguel Ángel sabía dón<strong>de</strong> estaban los límites; por eso, nos lleva<br />

hasta la frontera <strong>de</strong>l arte pictórico presentando a «<strong>un</strong> Dios vestido <strong>de</strong> majestad infinita». Y no<br />

fue más allá, porque «ahí había expresado todo lo que se pue<strong>de</strong> expresar». A<strong>un</strong>que n<strong>un</strong>ca<br />

<strong>de</strong>berán conf<strong>un</strong>dirse, esas dos realida<strong>de</strong>s con las que el genio <strong>de</strong> Miguel Ángel tuvo que<br />

enfrentarse están íntimamente <strong>un</strong>idas: el cuerpo humano es imagen <strong>de</strong> <strong>un</strong> Dios que se<br />

<strong>de</strong>rrama a sí mismo en su creación. Y eso significa que el propio Dios es la fuente <strong>de</strong> la belleza<br />

integral <strong>de</strong>l cuerpo humano».

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