Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias
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actualiza la imagen <strong>de</strong> Pedro, al que Cristo confió el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> las llaves, es <strong>de</strong>cir, el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />
atar y <strong>de</strong>satar, y al que mandó que «fortaleciera la fe <strong>de</strong> sus hermanos» (Lc 22,3), y la iglesia<br />
que vive como «discípulo», que es la base <strong>de</strong> todo lo <strong>de</strong>más, tiene su imagen en <strong>un</strong>a mujer,<br />
María, la primera <strong>de</strong> todos los discípulos y, por tanto, madre <strong>de</strong> la Iglesia.<br />
Pues bien, ¿cómo es esto, y por qué? Sencillamente, porque en el fiat <strong>de</strong> María: «Hágase en mí<br />
según tu palabra» (Lc 1,38), <strong>de</strong>scubrimos el mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l discípulo cristiano. El fiat <strong>de</strong> María<br />
hace posible la encarnación <strong>de</strong>l Hijo <strong>de</strong> Dios, cuya acción re<strong>de</strong>ntora y santificadora continúa en<br />
la historia <strong>de</strong> la Iglesia por medio <strong>de</strong> su proclamación, <strong>de</strong> su contemplación y <strong>de</strong> su autoridad.<br />
María es, realmente, el primer discípulo <strong>de</strong>l Hijo que ella concibió, dio a luz y educó. Y como<br />
todo cristiano está insertado en Cristo por el bautismo, María es madre <strong>de</strong> la Iglesia, el Cuerpo<br />
místico <strong>de</strong> Cristo a lo largo <strong>de</strong> la historia. Por el fiat <strong>de</strong> María po<strong>de</strong>mos atisbar <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las<br />
lecciones f<strong>un</strong>damentales <strong>de</strong>l discípulo, <strong>un</strong>a lección cuyo aprendizaje lleva toda <strong>un</strong>a vida, la<br />
lección <strong>de</strong> que nuestra vida no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> nosotros mismos, sino que está en manos <strong>de</strong> Dios.<br />
Aceptar esa realidad es lo que nos hace verda<strong>de</strong>ramente libres, en el sentido más auténtico <strong>de</strong><br />
la libertad humana, y plenamente liberados <strong>de</strong> la radical inquietud que ocupa el corazón <strong>de</strong>l<br />
hombre en cualquier época <strong>de</strong> la historia.<br />
El fiat <strong>de</strong> María, explícitamente articulado en la escena <strong>de</strong> la an<strong>un</strong>ciación: «Hágase en mí según<br />
tu palabra», se completa con su fiat silencioso cuando recibe en sus brazos el cuerpo <strong>de</strong> su hijo<br />
al pie <strong>de</strong> la cruz, <strong>un</strong> hecho que alg<strong>un</strong>os antiguos escritores espirituales consi<strong>de</strong>ran como el<br />
«martirio» <strong>de</strong> María. En ambos casos, María nos enseña a confiar en la sabiduría <strong>de</strong> Dios que<br />
cantas veces va en contra <strong>de</strong> la «evi<strong>de</strong>ncia» sobre nosotros mismos y <strong>de</strong> la «evi<strong>de</strong>ncia» sobre<br />
el m<strong>un</strong>do y su <strong>de</strong>stino. Entrar en el misterio <strong>de</strong> la Bienaventurada Virgen María equivale a dar<br />
nuestros primeros pasos en la disciplina espiritual <strong>de</strong> la confianza.<br />
Esa confianza se extien<strong>de</strong> más allá <strong>de</strong>l tiempo, y entra en la eternidad. En la doctrina católica,<br />
María es el primer discípulo en todos los sentidos. Ese es el significado <strong>de</strong> la «As<strong>un</strong>ción», que<br />
nos enseña que María, a la hora <strong>de</strong> su muerte, <strong>de</strong> su «dormición», fue «elevada» al cielo en<br />
cuerpo y alma. Igual que en los comienzos fue la primera <strong>de</strong> los discípulos, también lo fue en la<br />
anticipación <strong>de</strong> lo que Dios nos <strong>de</strong>parará a todos: la resurrección corporal para entrar en <strong>un</strong>a<br />
vida eterna, en la luz y en el amor <strong>de</strong> La Trinidad. Aquí, en la cripta <strong>de</strong> la Abadía <strong>de</strong> la<br />
Dormición, no podremos menos <strong>de</strong> maravillarnos <strong>de</strong> que, en el <strong>de</strong>curso <strong>de</strong> la historia cristiana,<br />
jamás se haya dicho: «Aquí yace María» (como, por ejemplo, en las excavaciones vaticanas:<br />
«Aquí yace Pedro»). En el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la comprensión católica, llevó casi dos mil años<br />
convertir esa intuición (que María tiene que ser mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong>l discípulo cristiano en todos los<br />
sentidos) en <strong>un</strong>a formulación doctrinal. Eso no sucedió hasta el año 1950. Pero la trayectoria<br />
ya estaba allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio.<br />
La <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong>l plan <strong>de</strong> Dios sobre todos nosotros se completa, en cierto sentido, con la<br />
«as<strong>un</strong>ción» <strong>de</strong> María. Ese es también nuestro <strong>de</strong>stino, porque también nosotros estamos<br />
configurados a Cristo, hijo <strong>de</strong> María e Hijo <strong>de</strong> Dios. La Iglesia Católica nos enseña que los<br />
santos, en el cielo, gozan ya <strong>de</strong> la plenitud <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> Dios; pero también los santos esperan<br />
que el <strong>de</strong>signio salvífico <strong>de</strong> Dios llegue a su plenitud en la resurrección y transformación <strong>de</strong> sus<br />
cuerpos mortales. Dios nos salva a todos, no sólo a los «espirituales» que viven entre nosotros.<br />
Eso es lo que afirma la Iglesia Católica con la doctrina <strong>de</strong> la As<strong>un</strong>ción <strong>de</strong> María, la primera <strong>de</strong>