Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias
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Sólo <strong>un</strong> ingenuo podría esperar que fuera <strong>de</strong> otro modo. Igual que Pedro, todos los miembros<br />
<strong>de</strong> la Iglesia, incluidos los responsables oficiales, <strong>de</strong>berán purificarse continuamente. Pero,<br />
¿cómo? A ejemplo <strong>de</strong> Pedro, por medio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a radical y exhaustiva ren<strong>un</strong>cia a sí mismos.<br />
Flannery O’Connor escribió <strong>un</strong>a vez: «La pres<strong>un</strong>ción es el mayor pecado <strong>católico</strong>». Y<br />
recordando a Pedro, se podría casi <strong>de</strong>cir: «como sucedió en los comienzos...».<br />
Pero también aquí, las excavaciones vaticanas nos pue<strong>de</strong>n servir para prof<strong>un</strong>dizar en la verdad<br />
católica. A<strong>un</strong>que la primitiva Iglesia insistía en incluir en la presentación <strong>de</strong> sus primeros años,<br />
e incluso décadas, las propias <strong>de</strong>bilida<strong>de</strong>s y fallos, la línea histórica <strong>de</strong>l Nuevo Testamento –<br />
Evangelios y Hechos <strong>de</strong> los Apóstoles– no es, en <strong>de</strong>finitiva, <strong>un</strong>a historia <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad, sino <strong>de</strong><br />
<strong>un</strong> amor purificado que pue<strong>de</strong> transformar el m<strong>un</strong>do. Por supuesto, esa transformación tiene<br />
su precio. Imaginemos a Pedro, a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> morir, mirando hacia ese obelisco que todavía hoy<br />
contemplamos, y enten<strong>de</strong>remos que nada <strong>de</strong> eso es fácil. Pensemos luego en esos peregrinos<br />
que, igual que Pedro, están poseídos por la verdad <strong>de</strong> Cristo y que durante tantos siglos han<br />
venido a colocarse frente a los restos mortales <strong>de</strong>l apóstol. ¿Nostalgia piadosa? ¿Pura<br />
curiosidad? No lo creo. Con sus palabras o su silencio, lo que esos millones <strong>de</strong> seres expresan<br />
con su oración tanto en las excavaciones cómo en la magnificencia barroca <strong>de</strong> la basílica es que<br />
la <strong>de</strong>bilidad y el fracaso no son la última palabra. Nuestro <strong>de</strong>stino no es caer en el vacío o en el<br />
olvido. La auténtica última palabra es el amor. Y el amor es la realidad más viva <strong>de</strong> todas,<br />
porque el amor viene <strong>de</strong> Dios.<br />
Reconocer esa realidad y poner en juego la propia vida para conseguirla es estar poseídos por<br />
la verdad <strong>de</strong> Dios en Cristo; y no al margen, sino en el corazón <strong>de</strong> la sólida realidad <strong>de</strong>l m<strong>un</strong>do.