Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias
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perplejo, que no lograba enten<strong>de</strong>r <strong>de</strong> qué se trataba. Ante el escepticismo <strong>de</strong>l periodista el<br />
Car<strong>de</strong>nal contestó que se trataba <strong>de</strong> <strong>un</strong>a nueva generación <strong>de</strong> jóvenes. El entrevistador<br />
pertenecía a otra generación que, a<strong>un</strong>que educada en el catolicismo, había perdido la fe en la<br />
revuelta <strong>de</strong> 1968 y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, estaba en pugna con sus progenitores. Pero el Car<strong>de</strong>nal<br />
insistía en que esta generación era diferente. «Había crecido sin convicciones, pero había<br />
encontrado a Jesucristo y quería saber qué significaba ese fenómeno». En otras palabras, esos<br />
jóvenes estaban fuera <strong>de</strong> la línea convencional <strong>de</strong> la historia. Y el que ahora estaba confuso era<br />
el periodista.<br />
El año 2002, en Toronto, lo que mis me impresionó, y creo que a otros muchos también, fue<br />
algo análogo a <strong>un</strong> Viernes Santo. Toronto es <strong>un</strong>a ciudad conscientemente arreligiosa, que se<br />
enorgullece <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «tolerancia» y <strong>de</strong> <strong>un</strong>a «diversidad» que a menudo parece capaz <strong>de</strong> dar<br />
cabida a cualquier cosa menos a <strong>un</strong>a convicción cristiana culturalmente afirmada. Sin<br />
embargo, la noche <strong>de</strong>l 26 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 2002, Toronto fue testigo <strong>de</strong> <strong>un</strong>a manifestación que ni sus<br />
más prof<strong>un</strong>das convicciones secularistas hubieran podido imaginar: medio millón <strong>de</strong> jóvenes<br />
<strong>de</strong>sfilando por la Avenida <strong>de</strong> la Universidad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el distrito <strong>de</strong> la Bolsa hasta el Parlamento<br />
Provincial y Queen’s Park, haciendo el Viacrucis. La Corporación Canadiense <strong>de</strong> Radiodifusión<br />
calculó que, en todo el m<strong>un</strong>do, más <strong>de</strong> cien millones <strong>de</strong> personas <strong>de</strong> todas clases y colores<br />
participaban en ese momento extraordinario, gracias a las conexiones simultáneas <strong>de</strong><br />
televisión transmitidas a más <strong>de</strong> ciento sesenta países. Pero dudo que el impacto <strong>de</strong> la<br />
manifestación fuera más fuerte que en la propia dudad tan secularizada <strong>de</strong> Toronto.<br />
Los escépticos <strong>de</strong> siempre siguen pensando que esos Días M<strong>un</strong>diales <strong>de</strong> la Juventud no son<br />
más que <strong>un</strong>a simple variante <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> celebridad que inva<strong>de</strong> la cultura juvenil<br />
contemporánea. Nadie que haya asistido a <strong>un</strong>o <strong>de</strong> esos acontecimientos masivos pue<strong>de</strong><br />
afirmar algo así. Por su parte, el papa, con sus más <strong>de</strong> ochenta años y acosado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a<br />
galopante <strong>de</strong>bilidad física, ya no era el «Juan Pablo Superestrella» <strong>de</strong> antaño. En cualquier<br />
caso, ¿en qué otra fiesta <strong>de</strong> la juventud humana se invita a los jóvenes a vivir <strong>un</strong>a vida <strong>de</strong><br />
heroísmo moral?<br />
Durante el Día M<strong>un</strong>dial <strong>de</strong> la Juventud <strong>de</strong>l año 2000 en Roma, los medios italianos <strong>de</strong> difusión,<br />
tan agresivamente antirreligiosos, enfrentaban a la «gente <strong>de</strong> Roma» con la «gente <strong>de</strong> Rimini»<br />
–estos últimos eran los cientos <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> jóvenes que en pleno mes <strong>de</strong> agosto saturaban las<br />
playas <strong>de</strong> toda Italia– y preg<strong>un</strong>taban cuál era la diferencia entre los dos grupos. No cabe duda<br />
que los dos pretendían <strong>de</strong>finir el futuro <strong>de</strong> Europa, según los periódicos <strong>de</strong> la época. Pero, ¿era<br />
esa realmente la cuestión? Lo que estaba en juego era el futuro que se presentaba, y si en ese<br />
futuro habría lugar para <strong>un</strong>a invitación a la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> espíritu y para <strong>un</strong> heroísmo moral. De<br />
hecho, la tasa <strong>de</strong> nacimientos, tan catastróficamente baja en Europa Occi<strong>de</strong>ntal, no ha logrado<br />
crear <strong>un</strong> futuro en el sentido más elementalmente humano, es <strong>de</strong>cir, creando <strong>un</strong>a generación<br />
siguiente que sea capaz <strong>de</strong> mantener fresca la sociedad. Resulta difícil imaginar que esa<br />
realidad no tenga nada que ver con los corrosivos efectos <strong>de</strong>l escepticismo, <strong>de</strong>l relativismo<br />
moral, o <strong>de</strong> lo que se ha llegado a llamar «nihilismo complaciente». El hecho <strong>de</strong> que tantos<br />
jóvenes se sientan, al menos, intrigados por la llamada <strong>de</strong> Juan Pablo II a mantener alto el nivel<br />
<strong>de</strong> expectativas morales y espirituales, y a vivir la ley <strong>de</strong> la donación personal escrita en sus<br />
corazones no se <strong>de</strong>be consi<strong>de</strong>rar como <strong>un</strong>a amenaza al futuro <strong>de</strong> Europa. En alg<strong>un</strong>os casos,<br />
esa especie <strong>de</strong> conversión podría incluso ser <strong>un</strong>a condición previa para el futuro, sin más.