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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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ecoger nuestros peniques y céntimos y ponerlos en <strong>un</strong>a cajita que teníamos en casa para esos<br />

menesteres. La meta era recoger durante la Cuaresma <strong>un</strong> total <strong>de</strong> cinco dólares, lo cual exigía<br />

otra forma <strong>de</strong> autodisciplina, es <strong>de</strong>cir, no tocar esa caja con <strong>de</strong>masiada frecuencia. Esos cinco<br />

dólares <strong>de</strong>bían enviarse a <strong>un</strong> país <strong>de</strong> misión, generalmente <strong>de</strong> África; y en compensación, el<br />

donante podía dar al «niño pagano», cuando lo bautizaran, <strong>un</strong> nombre cristiano. Y como<br />

recuerdo recibíamos <strong>un</strong> certificado <strong>de</strong> que «James» o «Mary» habían sido bautizados gracias a<br />

nuestra generosidad. N<strong>un</strong>ca logré enten<strong>de</strong>r cómo f<strong>un</strong>cionaba ese procedimiento en el país <strong>de</strong><br />

origen, a no ser que todos los niños paganos fueran huérfanos, es <strong>de</strong>cir, que no tuvieran<br />

padres que les impusieran <strong>un</strong> nombre. Pero la cuestión no era la lógica, sino la sensación que<br />

se nos transmitía <strong>de</strong> formar parte <strong>de</strong> <strong>un</strong> cuerpo <strong>un</strong>iversal. Las charlas sobre las misiones eran<br />

<strong>un</strong> elemento normal en las escuelas católicas; y la literatura católica <strong>de</strong>l momento, incluso para<br />

niños, estaba llena <strong>de</strong> historias sobre las misiones, alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> ellas realmente escalofriantes.<br />

Los jesuitas y las Religiosas <strong>de</strong>l Sagrado Corazón eran, sin duda, las ór<strong>de</strong>nes religiosas más<br />

comprometidas, cuando yo ya me iba haciendo mayor, pero la Sociedad Católica Americana<br />

para las Misiones Extranjeras –Maryknoll– era indudablemente la más representativa. Serían<br />

muy pocos los jóvenes <strong>católico</strong>s que no llegaran a soñar alg<strong>un</strong>a vez con hacerse misioneros, e<br />

incluso misioneros mártires.<br />

También éramos conscientes <strong>de</strong> pertenecer a <strong>un</strong>a Iglesia <strong>un</strong>iversal que en alg<strong>un</strong>os países era<br />

objeto <strong>de</strong> violenta persecución. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>un</strong> «diálogo cristiano-marxista» era cosa <strong>de</strong>l futuro.<br />

Lo que nosotros sabíamos sobre el com<strong>un</strong>ismo era que los com<strong>un</strong>istas habían asesinado al<br />

car<strong>de</strong>nal yugoslavo Stepinac, torturado al car<strong>de</strong>nal húngaro Mindszenty y apresado al obispo<br />

James Edward Walsh, <strong>de</strong> la congregación <strong>de</strong> Maryknoll (ori<strong>un</strong>do <strong>de</strong> Maryland y misionero en<br />

China). Alg<strong>un</strong>as <strong>de</strong> esas historias tuvieron en mí <strong>un</strong>os efectos que, por entonces, no podía ni<br />

imaginar.<br />

Muchos <strong>de</strong> mis escritos <strong>de</strong> los últimos veinticinco años han versado sobre temas relacionados<br />

con Polonia y no puedo menos <strong>de</strong> pensar que las raíces <strong>de</strong> mi pasión por Polonia se remontan<br />

a aquella época, precisamente cuando estaba en Tercer Grado. A principios <strong>de</strong> 1959, la<br />

Hermana Eufemia, directora <strong>de</strong> la Escuela <strong>de</strong> la Antigua Catedral, en los suburbios <strong>de</strong><br />

Baltimore, an<strong>un</strong>ció que a cada clase se le iba a asignar <strong>un</strong> dictador com<strong>un</strong>ista por cuya<br />

conversión teníamos que rezar durante la Cuaresma. Naturalmente, todos querían que el suyo<br />

fuera Nikita Khrushchev porque era d único dictador com<strong>un</strong>ista <strong>de</strong>l que la mayoría <strong>de</strong> nosotros<br />

habíamos oído hablar. Por eso, entre los alumnos <strong>de</strong> Tercer Grado hubo <strong>un</strong>a gran <strong>de</strong>cepción<br />

cuando, al echar a suertes, nos tocó el jefe <strong>de</strong>l com<strong>un</strong>ismo polaco, Wladyslaw Gomulka. Lo<br />

curioso es que, al cabo <strong>de</strong> más <strong>de</strong> treinta años, yo iba a escribir <strong>un</strong> libro que, entre otras cosas,<br />

estudiaba el complicado papel que <strong>de</strong>sempeñó Gomulka en las relaciones entre Iglesia y<br />

Estado en Polonia. Nadie podrá <strong>de</strong>cir que no hubo <strong>un</strong>a cierta conexión entre ese libro y mi<br />

experiencia personal cuando estaba en Tercer Grado.<br />

La otra gran conexión internacional que nos hacía diferentes era, por supuesto, nuestra<br />

relación con el personaje que <strong>un</strong>a generación anterior <strong>de</strong> fanáticos anti<strong>católico</strong>s (<strong>de</strong>l tiempo<br />

<strong>de</strong> nuestros padres) había <strong>de</strong>scrito como «potentado extranjero», es <strong>de</strong>cir, el Papa. La<br />

sensación <strong>de</strong> estar <strong>un</strong>idos a «Roma» y al propio Papa era muy fuerte. Pío XII, el Papa <strong>de</strong> mi<br />

juventud, era <strong>un</strong>a figura más bien etérea; sin embargo, todos los <strong>católico</strong>s que yo conocía<br />

daban la impresión <strong>de</strong> tenerle <strong>un</strong> gran afecto personal. Todavía recuerdo muy bien las lágrimas

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