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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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tar<strong>de</strong> o temprano, por aplastar la creatividad y la iniciativa individual. Todo se reduce al viejo<br />

dicho <strong>católico</strong>: «tanto <strong>un</strong>os como otros», o también: «los dos»: la persona, y la com<strong>un</strong>idad, en<br />

mutua y plena correspon<strong>de</strong>ncia.<br />

No quiero <strong>de</strong>cir que la i<strong>de</strong>a convencional <strong>de</strong> <strong>de</strong>mocracia esté totalmente resquebrajada. Sólo<br />

digo que es incompleta. Es verdad que la Iglesia, y especialmente el papado, se acomodó al<br />

absolutismo que reinaba en Europa. Es verdad que en los dos primeros tercios <strong>de</strong>l siglo XIX,<br />

alg<strong>un</strong>os papas fueron excesivamente escépticos con respecto a la <strong>de</strong>mocracia (en parte,<br />

porque i<strong>de</strong>ntificaban «<strong>de</strong>mocracia» con lo sucedido en Francia <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> 1789). Es verdad<br />

que la Iglesia medieval aprendió mucho sobre la res publica leyendo autores griegos, sobre<br />

todo, Aristóteles. Pero esa misma Iglesia medieval pasó esos conocimientos por el filtro <strong>de</strong> su<br />

compromiso anterior con <strong>un</strong>a distinción entre «lo que es <strong>de</strong> Dios» y lo que es <strong>de</strong>l César». Y esa<br />

misma Iglesia medieval asimiló lo que había aprendido y lo expresó en <strong>un</strong> modo <strong>de</strong> vida que<br />

configuró la cultura <strong>de</strong> la que nació la <strong>de</strong>mocracia mo<strong>de</strong>rna. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la explicación<br />

convencional, o sea, que las raíces <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia mo<strong>de</strong>rna se remontan no más allá <strong>de</strong>l<br />

siglo XVII, o quizá <strong>de</strong>l XVI, carece <strong>de</strong> todo f<strong>un</strong>damento histórico. Las cosas no f<strong>un</strong>cionan así.<br />

John Carroll, que trabajó con Benjamin Latrobe para diseñar la primera catedral católica en la<br />

primera república <strong>de</strong>mocrática <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>rnidad, comprendió que los <strong>católico</strong>s y sus i<strong>de</strong>as no<br />

eran «algo extraño» a la experiencia y al experimento americano, a pesar <strong>de</strong> lo que afirmaban<br />

tanto la línea <strong>de</strong> la historia convencional como las pretensiones <strong>de</strong> los fanáticos. Los <strong>católico</strong>s<br />

pertenecían a <strong>un</strong>a <strong>de</strong>mocracia porque la Iglesia Católica había dado forma a la cultura que, con<br />

el tiempo y bajo <strong>un</strong>a oleada <strong>de</strong> influencias, terminó por dar vida al proyecto <strong>de</strong>mocrático<br />

mo<strong>de</strong>rno. Por eso, este edificio que estamos visitando evoca <strong>de</strong>liberadamente el espíritu <strong>de</strong> la<br />

f<strong>un</strong>dación <strong>de</strong> América, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong> la Gran Tradición que cobró forma en Occi<strong>de</strong>nte<br />

por la interacción <strong>de</strong> Jerusalén, Atenas y Roma. Las dos líneas avanzan necesariamente j<strong>un</strong>tas.<br />

Sin embargo, hoy día se están separando. Y eso nos plantea el tema <strong>de</strong> la libertad; en<br />

concreto, su significado y su propósito.<br />

La reflexión católica sobre la libertad <strong>de</strong>berá empezar don<strong>de</strong> empieza el pensamiento <strong>católico</strong><br />

sobre cualquier otro aspecto <strong>de</strong> la vida moral, es <strong>de</strong>cir, en las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12).<br />

Las Bienaventuranzas forman la estructura básica <strong>de</strong>l Evangelio, que nos lleva a reflexionar<br />

sobre el tema <strong>de</strong> cómo tenemos que vivir y por qué. La razón es clara. Las Bienaventuranzas<br />

nos orientan hacia la felicidad eterna, para la que la vida moral nos prepara aquí y ahora. Y eso<br />

es otro reto a la sabiduría convencional. Según el pensamiento <strong>católico</strong>, la vida moral no es <strong>un</strong><br />

conj<strong>un</strong>to arbitrario <strong>de</strong> normas que nos imponen Dios y la Iglesia. La vida moral implica <strong>un</strong>as<br />

reglas <strong>de</strong> vida que brotan <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong>l corazón humano y <strong>de</strong> su sed <strong>de</strong> felicidad j<strong>un</strong>to a Dios.<br />

La cuestión básica <strong>de</strong> la moralidad no es la espontánea preg<strong>un</strong>ta <strong>de</strong>l niño: ¿Hasta dón<strong>de</strong> puedo<br />

llegar? La cuestión básica es, más bien, la preg<strong>un</strong>ta <strong>de</strong>l adulto: ¿Qué tengo que hacer para<br />

llegar a ser <strong>un</strong>a buena persona, o sea, <strong>un</strong>a persona que realmente pueda gozar <strong>de</strong> <strong>un</strong>a vida<br />

eterna con Dios? Para respon<strong>de</strong>r a esa preg<strong>un</strong>ta sabemos que existen ciertas reglas. Pero esas<br />

reglas brotan <strong>de</strong> manera orgánica; no vienen «impuestas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el exterior». Son reglas que<br />

surgen <strong>de</strong>l dinamismo que implica el hecho <strong>de</strong> llegar a ser <strong>un</strong>a buena persona. Esa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> vida<br />

moral <strong>de</strong> vida verda<strong>de</strong>ramente humana, conduce a <strong>un</strong>a concepción muy diferente <strong>de</strong> la<br />

libertad.

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