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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Sólo somos veinte -comentó Owain con cautela.<br />

-¿Por la noche? -propuso Cadwy-. Además, nunca han sido atacados, por tanto no deben de<br />

montar guardia.<br />

Owain bebió vino de su cuerno.<br />

-Setenta piezas de oro -se limitó a decir-, no cincuenta.<br />

<strong>El</strong> príncipe Cadwy hizo un gesto de asentimiento tras meditar un momento.<br />

-¿Por qué no, eh? -dijo Owain con una sonrisa. Tocó el lingote de oro y entonces se volvió<br />

hacia mí, rápido como una serpiente. Yo no me moví ni aparté los ojos de una de las chicas, que<br />

se acurrucaba desnuda entre los brazos de un tatuado soldado de Cadwy-. ¿Estás despierto,<br />

Derfel? -me dijo de pronto.<br />

Simulé sobresalto.<br />

-¿Señor? -dije, como sí mis pensamientos hubieran estado ocupados en otra cosa durante los<br />

-Buen chico -dijo Owain, satisfecho de que no hubiera oído nada-. Quieres una de esas chicas,<br />

¿verdad?<br />

-No, señor -dije sonrojado.<br />

Owain se echó a reír.<br />

-Acaba de hacerse con una linda muchachita irlandesa – le dijo a Cadwy- y quiere serle fiel.<br />

Pero ya aprenderá. Cuando te vayas al otro mundo, muchacho -me dijo dándome la espalda-, no<br />

lamentarás los hombres que no mataste, pero te arrepentirás de cuantas mujeres dejaras pasar de<br />

largo. -Habló con amabilidad. Durante los primeros días a su servicio me inspiraba miedo, pero<br />

por algún motivo le caía en gracia y me dispensaba buen trato. Volvió a dirigirse a Cadwy-.<br />

Mañana por la noche.<br />

Salir <strong>del</strong> Tor de Merlín e ir a parar a la banda de Owain fue como saltar de un mundo a otro.<br />

Me quedé mirando la luna, pensando en los greñudos hombres de Gundleus cuando masacraban<br />

a los guardias <strong>del</strong> Tor; las gentes <strong>del</strong> páramo tendr ían que enfrentarse a una salvajada semejante<br />

la noche siguiente; yo lo sabia, mas nada podría hacer por evitarlo, aunque me daba cuenta de<br />

que aquello no podía consentirse. Pero el destino, como siempre nos enseñaba Merlín, es<br />

inexorable. La vida es una broma de los dioses, solía decir Merlín, y la justicia no existe. Hay<br />

que aprender a reír, me dijo en una ocasión, de lo contrario llorarás hasta la muerte.<br />

Nuestros escudos fueron impregnados de brea de astillero para que se parecieran a los negros<br />

escudos de las hordas irlandesas de Oengus Mac Airen, cuyas naves alargadas y de afilada proa<br />

pirateaban por las costas septentrionales de Dumnonia. Seguimos durante toda la tarde a un<br />

lugareño de mejillas tatuadas; nos guió por valles profundos y exuberantes en un lento ascenso<br />

que iba acercándonos al inhóspito páramo, que de vez en cuando se columbraba entre los claros<br />

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