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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

consecuencia de nuestra generosidad padeceremos hambre toda la estación, pero donde manda<br />

espada, nosotros, humildes siervos <strong>del</strong> Señor, nos vemos obligados a obedecer.<br />

Los monjes vaciaron las dos bolsas de cuero sobre las piedras <strong>del</strong> suelo. Una moneda rodó<br />

hasta que la detuve con el pie.<br />

-¡Oro <strong>del</strong> emperador Adriano! -dijo Sansum, refiriéndose a la moneda.<br />

La recogí. Era un sestercio de cobre con el busto <strong>del</strong> emperador Adriano en una cara y una<br />

imagen de Britania, con el tridente y el escudo, en la otra. Doblé la moneda con dos dedos y se<br />

-Oro falso, obispo -le dije.<br />

<strong>El</strong> resto no era mejor. Había unas cuantas monedas gastadas, de cobre en su mayoría, y algunas<br />

de plata, lingotes de hierro de los que circulaban a modo de moneda de cambio, un broche de<br />

oro bajo y unos cuantos eslabones finos de una cadena rota. En total, no valdría más de doce<br />

monedas de oro.<br />

-¿Esto es todo? -preguntó Arturo.<br />

-¡Repartimos con los pobres, señor! -arguyó Sansum-. Aunque, si vuestra necesidad es tan<br />

perentoria, podría añadir esto. -Enseñó la cruz de oro que llevaba sobre el pecho. La cruz<br />

maciza y la gruesa cadena debían de valer unas cuarenta o cincuenta monedas de oro, y el<br />

obispo se las ofreció a Arturo con reticencia -. ¿Puedo considerarlo un préstamo personal para<br />

vuestra guerra, señor? -dijo.<br />

Cuando Arturo iba a tomar los dos objetos, el obispo retiró la mano bruscamente.<br />

-Señor -dijo, bajando la voz de modo que sólo Arturo le oyera-. <strong>El</strong> año pasado fui víctima de un<br />

trato injusto. Por el préstamo de esta cadena -dijo retorciéndola para que los eslabones<br />

entrechocaran y tintinearan- pediría que el nombramiento de capellán personal <strong>del</strong> rey Mordred<br />

sea llevado a efecto. Mi sitio está junto al rey, señor, no aquí, en estas marismas pestilentes.<br />

Antes de que Arturo tuviera tiempo de responder, se abrió de nuevo la puerta de la iglesia; Issa,<br />

empapado hasta los huesos, entró en el recinto arrastrando los pies. Sansum se volvió furioso<br />

hacia el recién llegado.<br />

-¡La iglesia no está abierta a los peregrinos! -lo amonestó el obispo a voces-. Cada servicio<br />

tiene su hora. ¡Sal inmediatamente! ¡Fuera!<br />

Issa se retiró el pelo mojado de la cara, sonrió con malicia y se dirigio a mí.<br />

-Al lado <strong>del</strong> estanque, detrás de la casa grande, esconden todas las ofrendas, señor, bajo una<br />

pila de piedras. He visto que guardaban allí las de hoy.<br />

Arturo quitó a Sansum la cadena de las manos.<br />

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