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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

un reinado glorioso. De todos modos, aun sin gloria, algún augurio esperanzador se desprendió<br />

de la muerte de Wlenca.<br />

La aclamación de Mordred concluyó con esa muerte. La desgraciada Norwenna, enterrada bajo<br />

el Santo Espino de Ynys Wydryn, lo habría hecho todo de forma muy diferente, y sin embargo,<br />

aunque se hubieran congregado mil obispos y un míllar de santos para llevar a Mordred al trono<br />

a fuerza de rezos, los augurios habrían sido los mismos. Y es que Mordred, nuestro rey, era<br />

deforme y ni druidas ni obispos habrían podido cambiarlo jamás.<br />

Tristán de Kernow llegó esa misma tarde. Nos hallábamos en el gran salón donde se celebraba<br />

el festín de Mordred, ocasión memorable por su falta de alegría; la llegada de Tristán la hizo<br />

menos alegre. Nadie se apercibió siquiera de su presencia hasta que se acercó a la gran hoguera<br />

central y las llamas arrancaron destellos de su cota de cuero y de su casco de hierro. <strong>El</strong> príncipe<br />

era tenido por amigo de Dumnonia y el obispo Bedwin lo recibió como tal, pero la única<br />

respuesta de Tristán fue desenvainar la espada.<br />

<strong>El</strong> gesto llamó la atención de todos al instante, pues nadie debía llevar armas en el salón <strong>del</strong><br />

festín, cuando menos durante la celebración de la aclamación de un rey. Algunos hombres ya<br />

estaban borrachos, pero también ellos enmudecieron al ver al joven príncipe de oscuros<br />

cabellos.<br />

Bedwin trató de pasar por alto la espada desenvainada.<br />

-¿Habéis acudido para la aclamación, lord príncipe? ¿Sin duda habéis sufrido retraso por causa<br />

ajena? <strong>El</strong> invierno dificulta los viajes. Venid y tomad asiento junto a Agrícola de Gwent.<br />

Tenemos venado.<br />

-Vengo con una querella -anunció Tristán en voz alta.<br />

Sus seis guardias habían quedado a las puertas mismas de la fortaleza, donde una fría aguanieve<br />

barría la colina. Los guardias eran hombres adustos que, a pesar de las armaduras empapadas y<br />

los mantos chorreantes, empuñaban los escudos en la debida posición y mostraban<br />

amenazadoramente sus afiladas lanzas de guerra.<br />

-¡Una querella! -exclamó Bedwin como si semejante idea fuera cosa extraordinaria -. ¡No en<br />

este día auspicioso, desde luego!<br />

Se oyeron algunas voces retadoras entre los guerreros <strong>del</strong> salón. Ya habían bebido bastante<br />

como para apetecer una pelea, pero Tristán los desoyó.<br />

- l portavoz de Dumnonia? -inquirió con exigencias.<br />

Hubo otro momento de duda. Owain, Arturo, Gereint y Bedwin tenían autoridad, pero ninguno<br />

sobresalía entre los demás. <strong>El</strong> príncipe Gereint, que jamás osó anteponerse a nadie, contestó<br />

con un encogimiento de hombros; Owain miró a Tristán torvamente y Arturo cedió el honor a<br />

Bedwin con todo respeto; el obispo declaró con gran timidez que, como primer consejero <strong>del</strong><br />

reino, podía pronunciarse en favor <strong>del</strong> rey Mordred como cualquier otro hombre.<br />

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