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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-¡Vamos, Derfel! -insistió Galahad.<br />

Pero yo estaba escuchando una voz interior, la voz de un viejo, una voz seca, sardónica y<br />

antipática, una voz que no me dejaba mover.<br />

-¡Vamos, D erfel! -gritó Galahad una vez mas.<br />

En tus manos encomiendo mi vida, fueron las palabras <strong>del</strong> viejo, y súbitamente, le oi otra vez.<br />

Mi vida pesa sobre tu conciencia, Derfel de Dumnonía.<br />

-¿Cómo llego a palacio? -pregunté a Galahad.<br />

-<br />

- - .<br />

-¡Por aquí, por aquí!<br />

Y subimos.<br />

10<br />

Los bardos cantan al amor, celebran las matanzas, ensalzan a los reyes y halagan a las reinas,<br />

pero si yo fuera poeta, escribiría loas a la amistad.<br />

He sido afortunado con los amigos. Arturo, por ejemplo, pero de entre todos mis amigos no<br />

hubo jamás otro como Galahad. A veces nos entendíamos sin necesidad de palabras y otras<br />

hablábamos incesantemente durante horas. Todo lo compartíamos, salvo las mujeres. Fueron<br />

incontables los momentos en que estuvimos hombro con hombro en la línea de combate, y las<br />

ocasiones en que compartimos el último mendrugo de pan. Nos tomaban por hermanos y así<br />

nos considerábamos nosotros también.<br />

Y aquella aciaga tarde, cuando la ciudad sucumbía al fuego a nuestros pies, Galahad<br />

comprendió que no podría obligarme a ir a la nave que nos aguardaba. Supo que me retenía<br />

algún imperativo, algún mensaje de los dioses que me empujó a ascender desesperadamente<br />

hacia la serena ciuda<strong>del</strong>a de la cumbre de Ynys Trebes. <strong>El</strong> horror iba ascendiendo tambié n a<br />

nuestro alrededor, pero aún manteníamos cierta distancia. Cruzamos el tejado de una iglesia<br />

corriendo como desesperados, saltamos a un callejón y nos abrimos paso a contracorriente entre<br />

una multitud de fugitivos que creían que la iglesia les ofrecería<br />

escalones de piedra, alcanzamos la calle principal que circundaba Ynys Trebes. Un grupo de<br />

francos nos venía a la zaga, compitiendo por ver quién sería el primero en llegar al palacio de<br />

distancia, nosotros y el lastimoso puñado de gente que<br />

había escapado a la matanza de la zona baja de la ciudad y que pretendía vanamente refugiarse<br />

en la morada de la cima.<br />

- 203 -

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