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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

semicírculos completaban vistosamente la obra de arte. <strong>El</strong> agua corría por unos canales<br />

cubiertos de azulejos junto a los que crecían rosas blancas; había en sendas perchas dos<br />

halcones de caza que movían la encapuchada cabeza a nuestro paso bajo la arcada romana.<br />

También había estatuas de hombres y mujeres desnudos repartidas por el patio, y en los plintos<br />

que servían de basa a las columnas, bustos de bronce festoneados de flores. <strong>El</strong> macizo collar<br />

sajón, regalo de Arturo, lucía en ese momento en el cuello de un busto de bronce. Ginebra,<br />

después de juguetear unos momentos con la joya,<br />

-Una pieza burda, ¿no te parece? -<br />

-<strong>El</strong> príncipe Arturo piensa que es bella, señora, y digna de vos.<br />

-Mi querido Arturo -comentó como al descuido, escogió el busto de un hombre feo, de<br />

expresión ceñuda, y le colocó el collar al cuello-. Así está mejor -dijo refiriéndose al busto-. Le<br />

llamo Gorfyddyd porque se parece un poco a él, ¿no crees?<br />

-<br />

Ciertamente, la cara amarga y desdichada <strong>del</strong> busto recordaba a Gorfyddyd.<br />

-Gorfyddyd es un animal -dijo Ginebra-. Quiso robarme la virginidad.<br />

-¿Eso es cierto? -logré decir tras recobrarme de tamaña revelación.<br />

-Lo intentó pero no lo consiguió -ratificó con firmeza -. Estaba borracho, me besuqueaba por<br />

todas partes, me dejó llena de babas, hasta aquí -dijo, señalándose los senos. Llevaba una<br />

sencilla enagua de lino que le caía recta desde los hombros hasta los pies. A fe mía que debía<br />

ser de un paño carísimo, pues era de una sutileza tan atractiva que, si miraba a Ginebra con<br />

atención, cosa que procuré evitar en lo posible, su cuerpo desnudo se insinuaba bajo los<br />

<strong>del</strong>icados pliegues de la tela. Llevaba en el cuello un ciervo de oro con la luna creciente,<br />

pendientes de gotas de ámbar engarzadas en oro en las orejas y, en la mano izquierda, un anillo<br />

de oro con el oso de Arturo cortado por una cruz de amante-. Me besuqueaba con su boca<br />

babosa -prosiguió encantada - cuando terminó, o mejor dicho, cuando dejó de intentarlo y de<br />

balbucear que iba a convertirme en su reina y que seria la mujer más rica de Britania, me fui a<br />

ver a Iorweth para que me hiciera un conjuro contra un amante no deseado. No le dije al druida<br />

que se trataba <strong>del</strong> rey, claro está, aunque seguramente no habría importado porque Iorweth era<br />

capaz de cualquier cosa a cambio de una sonrisa; así pues, preparóme el conju<br />

Luego, por medio de mi padre hice saber a Gorfyddyd que había enterrado un conjuro contra la<br />

hija de un hombre que había intentado violarme. Gorfyddyd comprendió de quién se trataba y,<br />

como adora a su insípida pequeña Ceinwyn, no volvió a molestarme. -Soltó una carcajada -.<br />

¡Qué necios son los hombres!<br />

-Excepto el príncipe Arturo -dije con firmeza, procurando no olvidar el título que Ginebra<br />

insistía en adjudicarle.<br />

-Lo suyo con las joyas es necedad -dijo secamente, y fue entonces cuando me preguntó si me<br />

había enviado a espiarla.<br />

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