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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-¿Y ella goza de buena salud?<br />

-Si, por cuanto yo sé, señor.<br />

-¿Y el rey Melwas? ¿Tiene reina?<br />

-Murío, senor.<br />

-¡Ah! -se animó al punto-. Es que ¿sabéis?, tengo hijas –me dijo con entusiasmo-, dos hijas, y<br />

las hijas deben contraer matrimonio, ¿no es cierto? Las hijas solteras de nada sirven a hombre<br />

ni a bestia. Aunque debo deciros que una de mis queridas hijas se ha prometido. Me refiero a<br />

Ginebra. Va a casarse con Valerin. ¿Conocéis a Valerin?<br />

-<br />

-Un buen hombre, buen hombre, si, buen hombre, pero no... -Hizo una pausa mientras buscaba<br />

el término correcto-. ¡No posee riquezas! No posee tierras de verdad, ¿sabéis? Unos pocos<br />

terrenos llenos de espinos, creo, pero ninguna fortuna contante y sonante. No posee rentas ni<br />

oro, y un hombre sin rentas ni oro poco vale. ¡Ginebra es una auténtica princesa! Y también su<br />

hermana, Gwenhwyvach, que no tiene ningún pretendiente, ¡ninguno! Vive exclusivamente de<br />

mi bolsa, y bien sabe Dios cuán magra es mi bolsa. Sin embargo, la cama de Melwas está vacía,<br />

Una buena idea! Aunque es una pena renunciar a Cuneglas.<br />

-¿Por qué, señor?<br />

-¡Al parecen no quiere a ninguna de mis hijas! -replicó Leodegan indignado-. Se lo propuse a<br />

su padre, como sólida alianza entre reinos vecinos; un arreglo perfecto. Mas no puede ser.<br />

Cuneglas ha puesto los ojos en Helledd de <strong>El</strong>met y, según se dice, Arturo casará con Ceinwyn.<br />

-Yo no lo sé, señor -repuse con inocencia.<br />

-Ceinwyn es muy bella. ¡Si, muy bella! También lo es mi Ginebra, pero va a casarse con<br />

ástima! Ni rentas ni oro, ni dinero ni nada más que unos prados<br />

anegados y un puñado de vacas enfermas. ¡No le va a gustar! Está acostumbrada a las<br />

comodidades, si, a Ginebra le gustan las comodidades, pero Valerin no sabe siquiera qué es la<br />

comodidad. Vive en una porqueriza, por lo que sé. Pero es un jefe. ¡Hay que ver! ¡Cuanto más<br />

se adentra uno en Powys, más hombres se encuentran que se autoproclaman jefes! -suspiró-.<br />

¡Pero Ginebra es princesa! Creí que alguno de los hijos de Cadwallon, que viven en Gwynedd,<br />

la querría por esposa, pero Cadwallon es un hombre extraño. No le gusto mucho, no me ayudó<br />

cuando vinieron los irlandeses.<br />

Calló, rumiando en silencio la gran injusticia de que había sido objeto. Ya habíamos viajado<br />

bastante en dirección norte; la ge nte y el paisaje resultaban extraños. En Dumnonia estábamos<br />

rodeados por Gwent, Siluria, Kernow y los sajones, pero aquí la gente hablaba de Gwynedd y<br />

<strong>El</strong>met, de Lleyn y de Ynys Mon. Lleyn era la antigua Henis Wyren, el reino de Leodegan, <strong>del</strong><br />

cual formaba parte Ynys Mon, la isla de Mona. Ambas estaban ahora bajo dominio de<br />

Diwrnach, uno de los lores irlandeses de la otra orilla <strong>del</strong> mar que buscaban extender sus reinos<br />

en tierras britanas. Pensé que Leodegan debía de haber sido presa fácil para hombre tan temible<br />

como Diwrnach, famoso por su crueldad. Hasta Dumnonnía había llegado noticia de que<br />

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