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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

murió tiempo ha, cuando los romanos arrasaron Ynys Mon, y lo único que os queda son<br />

fragmentos inconexos de sabiduría. Vuestros dioses ya no están.<br />

-No -dije, pensando en Nimue, que sentía su presencia aunque los dioses siempre me habían<br />

parecido distantes y misteriosos.<br />

Bel era para mi como Merlín, sólo que más lejano, indescriptíblemente grandioso y muchísimo<br />

más misterioso. Tenía de él la vaga idea de que vivía en los confines septentrionales ,y<br />

Manawydan en poniente, por donde las aguas caían sin cesar.<br />

-Los dioses antiguos se han ido -repitió Galahad-. Nos abandonaron porque no somos dignos.<br />

-Arturo silo es -insistí-, y también vos.<br />

Galahad hizo un gesto negativo con la cabeza.<br />

-Soy un pecador tan vil, Derfel, que tiemblo de pensarlo.<br />

-Pamplinas -dije, y me reí de su tono absolutamente despectivo.<br />

-Mato, tengo deseos carnales, envidio.<br />

Se sentía rastrero en verdad, pero Galahad, igual que Arturo, juzga ba su alma de continuo y la<br />

hallaba siempre en falta; jamás conocí un solo hombre que, siendo así, fuera feliz mucho<br />

tiempo.<br />

-Matáis a hombres que os matarían a vos -dije, defendiéndolo.<br />

-Que Dios se apiade de mi, porque además disfruto haciéndolo.<br />

Se santiguó de nuevo.<br />

-Bien, ¿y qué mal hay en tener deseos carnales?<br />

-Que el deseo vence a la razón.<br />

-Pero vos sois razonable.<br />

-Pero deseo, Derfel, con toda mi alma. Hay una muchacha en Ynys Trebes, una de las arpistas<br />

de mi padre.<br />

Sacudió la cabeza desesperanzado.<br />

-Pero sabéis controlar vuestros deseos -dije-, de modo que podéis sentiros orgulloso.<br />

-Me siento orgulloso, y el orgullo también es pecado.<br />

Era inútil discutir con él, y sacudí la cabeza negativamente.<br />

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