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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Lo fui. Ahora soy guerrero.<br />

-No, no lo sois -me corrigió -. Ahora estáis muerto. Habéis desembarcado en la isla de los<br />

Muertos. Hacedme la merced de entrar y tomar asiento. Aunque humilde, ésta es mi casa.<br />

Con un gesto señaló la cueva, donde dos bloques de piedra a medio labrar hacían las veces de<br />

mesa y silla. Un pedazo de tela vieja, traída tal vez por el mar, ocultaba a medias un lecho de<br />

hierba seca amontonada en un rincón que hacia las veces de dormitorio. Insistió en que ocupara<br />

el bloque de piedra más pequeño, a modo de asiento.<br />

-Os ofrezco agua de lluvia para beber -dijo- y pan seco de hace cinco días para comer.<br />

Puse una torta de avena en la mesa. Ciertamente que Malldynn estaba hambriento, pero resistió<br />

el impulso de abalanzarse sobre la torta. Sacó un pequeño cuchillo cuya hoja había sido afilada<br />

tantas veces que tenía el filo ondulado, y con dicho utensilio parti<br />

mitades.<br />

-So riesgo de que me tildéis de desagradecido, os confieso que la avena jamás ha sido de mi<br />

agrado. Prefiero la carne, carne fresca, mas os lo agradezco de igual modo, Derfel. -Se había<br />

acuclillado a la mesa frente a mi, pero una vez terminada la torta y tras limpiarse <strong>del</strong>icadamente<br />

las migas de los labios, se levantó y se apoyó contra la pared de la cueva-. Mi madre hacia<br />

tortas de avena, aunque no tan finas como ésta. Sospecho que la avena estaría mal<br />

descascarillada. La vuestra me ha parecido <strong>del</strong>iciosa, por lo que me veo obligado a revisar mi<br />

opinión sobre la avena. Nuevamente os doy las gracias -concluyó, con una inclinación.<br />

-Tampoco vos parecéis un demente -dije.<br />

Sonrió. Era un hombre de mediana edad, rostro distinguido, mirada inteligente y barba blanca,<br />

que a todas luces procuraba mantener bien recortada. La cueva había sido barrida con una<br />

escoba de ramas que vi contra la pared.<br />

-No sólo los locos son enviados aquí, Derfel -dijo en tono reprobatorio-. También legan<br />

cuerdos enviados por quienes desean y pueden infligirles castigo, y, ¡ay!, yo ofendí a Uter. -<br />

Calló, apesadumbrado-. Yo fui consejero de su majestad, incluso hombre influyente, pero<br />

cuando manifesté a Uter que su hijo Mordred era un insensato, senten<br />

erré, pues Mordred era un insensato, lo supe desde sus diez años.<br />

-¿Tanto tiempo lleváis aquí? -pregunté estupefacto.<br />

-¡Ay de mi! Así es.<br />

-¿Cómo habéis logrado sobrevivir?<br />

-Los necrófagos que guardan la entrada -dijo tras encogerse de hombros- creen que tengo<br />

poderes mágicos. Les amenacé con devolverles el juicio si me molestaban, y desde entonces se<br />

cuidan mucho de importunarme. Prefieren estar locos, creedme. Cualquiera en su sano juicio<br />

rogaría a los dioses que le privaran de él en esta isla. Y vos, amigo Derfel, ¿puedo preguntaros<br />

qué os trae a este lugar?<br />

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