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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-Naturalmente -dije, y llamé a Nimue; tocó a Griffid en la frente, y a todos los que me<br />

amenazaron aquel lejano día en Lindinis.<br />

De esa forma conjuró y deshizo la maldición; ellos se lo agradecieron besándole la mano.<br />

Abracé a Griffid de nuevo y levanté la voz para que me oyeran todos mis hombres.<br />

-En el día de hoy -declaré- daremos a los bardos canciones para cantar durante mil años. íY en<br />

el día de hoy volveremos a ser ricos!<br />

Todos aplaudieron. Tan gra nde era la emoción en la barrera de escudos que algunos lloraban de<br />

alegría. Ahora sé que no hay gozo comparable al de servir a Cristo Jesús, pero ¡cuánto echo de<br />

menos la compañía de los guerreros! Aquella mañana se esfumó cualquier traba <strong>del</strong> pasado que<br />

hubiera entre nosotros y un gran amor nos unió en la espera. Éramos hermanos, éramos<br />

invencibles, y hasta el lacónico Sagramor derramó algunas lágrimas. Un lancero empezó a<br />

cantar la canción de guerra de Beli Mawr, la más famosa canción guerrera de Britania, y las<br />

fuertes voces masculinas fueron agregándose, empujadas por el instinto, a lo largo de toda la<br />

fila. Algunos iniciaron un baile entre las espadas, brincando torpemente con la armadura de<br />

cuero puesta y marcando los intrincados pasos de un lado a otro de la hoja. Nuestros cristianos<br />

abrían los brazos completamente al cantar, como si la canción de guerra fuera una plegaria<br />

pagana a su dios, mientras que otros hacían chocar las lanzas contra los escudos al ritmo de la<br />

Estábamos cantando todaví a sobre la sangre enemiga que derramaríamos cuando apareció el<br />

enemigo en carne y hueso. Seguimos cantando a voz en grito al tiempo que las filas de<br />

enemigos iban apareciendo, una tras otra, ocupando la extensión de los lejanos campos bajo las<br />

es que brillaban a la oscurecida luz <strong>del</strong> día. Y no dejamos de cantar; era un torrente<br />

musical que desafiaba al ejército de Gorfyddyd, el ejército <strong>del</strong> padre de la mujer a quien yo<br />

amaba. Ese era el verdadero motiyo por el que yo luchaba; no sólo por Arturo, sino porque<br />

únicamente a través de la victoria podría volver a Caer Sws y verla de nuevo. Tal aspiración<br />

escapaba a mis posibilidades, no tenía esperanzas porque yo era hijo de una esclava y ella<br />

princesa de Powys; sin embargo, de alguna manera, aquel día creí que me jugaba mucho más de<br />

lo que había poseido en toda mi vida.<br />

Aquella horda, lenta y pesada, tardó más de una hora en formarse en línea de batalla en la otra<br />

orilla <strong>del</strong> río. <strong>El</strong> río sólo podía cruzarse por el vado, lo cual nos daría tiempo para la retirada,<br />

llegado el momento; pero de momento el enemigo debió de pensar que íbamos a defender el<br />

vado durante todo el día, porque concentró a sus mejores hombres en el centro de la barrera. <strong>El</strong><br />

propio Gorfyddyd estaba presente, y su enseña con el águila p<br />

nuestra, pues la lluvia había corrido los colores. En el centro de nuestro frente ondeaban el oso<br />

negro y el dragón rojo de Arturo, y allí estaba yo, frente al vado. Sagramor se encontraba a mi<br />

as. Allí estaban el zorro de Gundleus y el caballo rojo de<br />

<strong>El</strong>met, además de otras muchas que no reconocíamos.<br />

-¿Seiscientos hombres? -calculó Sagramor.<br />

-Y aún no han llegado todos -dije.<br />

-Poco importa. -Escupió en dirección al vado-. Además habrán visto que falta el toro de<br />

Twedric -dijo, con una de sus escasas sonrisas-. Será una batalla digna de recordar, lord Derfel.<br />

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