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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

pudiéramos sacarles: una manzana verde, una vieja moneda con el cuño gastado por el uso, dos<br />

capas, las armas, unas correas de cuero y un cuchillo con mango de hueso. Gwlyddyn se<br />

planteó la posibilidad de retroceder para apoderarnos de los caballos, pero decidió que no<br />

teníamos tiempo. No me importó. Aunque viera borroso a causa de las<br />

había matado a un hombre, había defendido a mi rey y me sentí <strong>del</strong>irante de felicidad cuando<br />

Gwlyddyn me llevó de nuevo con los asustados fugitivos y me levantó el brazo en señal de que<br />

-¡Cuánto jaleo habéis armado, vosotros dos! -gruñó Morga - Enseguida tendremos a media<br />

Siluria pisándonos los talones. ¡Vamos! ¡En marcha!<br />

A Nimue no pareció interesarle mi victoria, pero Lunete quería que se lo contara todo, y al<br />

contárselo exageré la resistencia <strong>del</strong> enemigo y la fiereza <strong>del</strong> combate; la admiración de Lunete<br />

engendró más exageración aún. Volvió a tomarme <strong>del</strong> brazo, la miré y, al ver su rostro moreno,<br />

me pregunté cómo es que nunca me había dado cuenta de lo bonita que era. Tenía la cara<br />

angulosa como Nimue, pero lo que en Nimue era cautelosa sabiduría, en Lunete era suavidad y<br />

cálido humor, y su proximidad me infundió una confianza que no conocía; así avanzamos a lo<br />

largo de la tarde hasta que por fin giramos hacia el este, hacia las montañas entre las que<br />

aer Cadarn como un vigía.<br />

Una hora después nos encontrábamos en el lindero <strong>del</strong> bosque que había frente a Caer Cadarn.<br />

Ya era tarde, pero estábamos en pleno verano y el sol todavía estaba alto en el cielo, y su luz,<br />

iones occidentales de Caer Cadarn con una luz verdosa.<br />

Estábamos todavía a una milla de la fortaleza, pero ya lo suficientemente cerca como para<br />

distinguir las empalizadas amarillas sobre las almenas y comprobar que allí no había soldados<br />

pequeño poblado que vivía en el interior.<br />

Tampoco se veían enemigos, y Morgana decidió salir a terreno despejado y subir por el camino<br />

de poniente hacia la fortaleza <strong>del</strong> rey. Gwlyddyn opinaba que debíamos quedarnos en el bosque<br />

, o bien ir a la cercana aldea de Lindinis, pero Gwlyddyn era<br />

carpintero y Morgana una dama de alcurnia, de modo que tuvo que avenirse a sus deseos.<br />

Salimos pues a los prados y nuestra sombra se alargaba <strong>del</strong>ante de nosotros. La hierba estaba<br />

corta, había servido de pasto a corzos o a vacas, pero se notaba suave y abundante bajo los pies.<br />

Nimue, que parecía todavía presa de un trance doloroso, se quitó el calzado prestado y continuó<br />

descalza. Un halcón surcó el cielo y luego una liebre, asustada por nuestra<br />

salió de un brinco de un agujero entre las hierbas y desapareció corriendo ágilmente.<br />

Seguimos un sendero bordeado de aciano, margaritas, ambrosía y cornejo. A nuestra espalda,<br />

sumido en la oscuridad porque el sol caía ya muy oblicuo desde el oeste, el bosque parecía<br />

sombrío. Estábamos cansados y andrajosos, pero veíamos cerca el final <strong>del</strong> viaje y algunos<br />

parecían incluso alegres. Llevábamos a Mordred al lugar en que había nacido, a la montaña real<br />

de Dumnonia, pero cuando no habíamos recorrido ni la mitad <strong>del</strong> camino hacia el glorioso<br />

refugio verde, avistamos al enemigo tras nuestros pasos.<br />

La banda guerrera de Gundleus hizo su aparición. No sólo los hombres a caballo que habían<br />

llegado a Ynys Wydryn esa misma mañana, sino también los lanceros. Seguro que Gundleus<br />

supo desde el primer momento adónde nos dirigíamos, y condujo a la caballería superviviente y<br />

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