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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

<strong>El</strong> hombre quiso detener el golpe de la lanza de Gwlyddyn, pero el carpintero esperaba el pase<br />

bajo de la vara de fresno y levantó su arma por encima de la enemiga al tiempo que se la<br />

clavaba. Todo sucedió muy deprisa. Un momento antes el soldado era una amenaza cierta con<br />

atuendo guerrero, y de pronto boqueaba y se retorcía en el suelo. Gwlyddyn hundió la pesada<br />

lanza en la coraza de cuero y se la clavó en el pecho hasta el fondo. Yo ya le había a<strong>del</strong>antado y<br />

gritaba blandiendo la espada de Hywel. En ese momento no sentía miedo; y tal vez el espíritu<br />

de Hywel hubiera regresado <strong>del</strong> más allá para inspirarme, porque de pronto supe con exactitud<br />

lo que tenía que hacer y lancé mi grito de guerra, que sonó como un grito de victoria.<br />

<strong>El</strong> segundo hombre dispuso de una fracción más de tiempo para prepararse que su ya<br />

agonizante compañero y adoptó la postura acuclillada <strong>del</strong> lancero, que le permitiría saltar hacia<br />

<strong>del</strong>ante con un impulso mortal. Arremetí contra él, y cuando la lanza se acer<br />

rayo metálico con destellos de sol, me hice a un lado y la paré con la espada, no con tanta<br />

fuerza que me hiciera perder control <strong>del</strong> acero pero si con el impulso necesario para desviaría a<br />

la derecha con un giro de espada.<br />

Me pareció oir a Hywel diciendo <strong>El</strong> secreto está en las muñecas, muchacho, en las muñecas, y<br />

le clavé la espada con todas mis fuerzas en un lado de la garganta al grito de íHywel!.<br />

Todo pasó tan rápidamente, tan increiblemente deprisa... La muñeca maneja la espada, pero el<br />

brazo le da la fuerza, y mi brazo recibió esa tarde toda la fuerza <strong>del</strong> brazo de Hywel. La espada<br />

se hundió sola en el gaznate <strong>del</strong> silurio como hiende el hacha el leño podrido. Debido a la<br />

inexperiencia, juzgué que el enemigo no había muerto y saqué la es<br />

a clavársela. Se la clavé por segunda vez y entonces vi la sangre que teñía el día y al hombre<br />

que caía hacia un lado con un último estertor y un último esfuerzo por volver a golpear con la<br />

lanza; la vida se le atascó en la garganta, otro borbotón de sangre se derramó sobre su coraza y<br />

el silurio se desplomó en el moho <strong>del</strong> suelo.<br />

Me quedé de pie temblando. Me entraron ganas de llorar. No tenía idea de lo que acababa de<br />

hacer. No me sentía victorioso, sólo culpable, y me quedé inmóvil, anonadado, con la espada<br />

clavada aún en la garganta <strong>del</strong> hombre alrededor <strong>del</strong> cual comenzaban a congregarse las<br />

primeras moscas. No podía moverme.<br />

Un ave graznó en las hojas altas, el fuerte brazo de Gwlyddyn me rodeó los hombros y las<br />

inundaron las mejillas.<br />

-Eres un buen hombre, Derfel -me dijo Gwlyddyn, y me volví hacia él y lo abracé como un<br />

niño se abraza a su padre-. Bien hecho -me repitió una y otra vez-, bien hecho.<br />

Me dio palmaditas en la espalda torpemente hasta que conseguí controlar las lágrimas.<br />

-Lo siento -me oi decir.<br />

-¿Lo sientes? -se rió -. ¿Qué es lo que sientes? Hywel siempre decía que eras el mejor aprendiz<br />

que había tenido, tenía que haberle creído ya entonces. Eres rápido. Bien, veamos qué hemos<br />

ganado.<br />

Cogí la funda de la espada de mi víctima, hecha de corteza curtida de sauce, y resultó adecuada<br />

para la espada de Hywel; luego registramos los cadáveres en busca <strong>del</strong> escaso botín que<br />

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