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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

-¡Deténte, muchacho! -me dijo, e hizo una señal de aviso con su vara de media luna.<br />

Tendría que haber sentido miedo pero, al acercarme y colocar la espada entre las enmarañadas<br />

guedejas blancas de su barba, un nuevo espíritu guerrero me<br />

sentir el contacto <strong>del</strong> acero y los huesecillos amarillentos de su pelo tintinearon. Tenía la tez<br />

vieja, arrugada, marrón y llena de manchas, los ojos rojos y la nariz torcida.<br />

-Tengo que matarte -le dije, y se echó a reír.<br />

-Te perseguirá la maldición de toda Britania. Tu alma jamás alcanzará el otro mundo, te<br />

infligiré desconocidos tormentos sin nombre.<br />

Me escupió y trató de apartar la espada de sus barbas, pero me mantuve firme y se alarmó al<br />

notar mi resistencia.<br />

Me habían seguido unos pocos curiosos y algunos quisieron advertirme <strong>del</strong> horrible sino que<br />

me perseguiría si mataba a un druida, pero yo no tenía intención de matarlo, sólo quería<br />

asustarlo.<br />

-Hace diez años o más -le dije-, fuiste a las tierras de Madog. Madog era el hombre que había<br />

hecho esclava a mi madre, y sus tierras fueron invadidas por Gundleus.<br />

Tanaburs asintió al recordar el ataque.<br />

-Así fue, así fue. ¡Una campaña memorable! Recogimos mucho oro -dijo- y muchos esclavos.<br />

-Y cavasteis un pozo de la muerte -añadí.<br />

-¿Y bien? -dijo, encogiéndose de hombros con una mueca de burla -. Es necesario dar gracias a<br />

los dioses por la buena fortuna.<br />

Sonrei y le hice cosquillas en la descarnada garganta con la punta de la espada.<br />

-Y sobreviví, druida, sobreviví.<br />

Tanaburs tardó unos segundos en comprender lo que le decía, pero después palideció y<br />

comenzó a temblar, pues sabía que yo era el único en toda Britania con poder para quitarle la<br />

vida. él me había ofrecido a los dioses en sacrificio, pero por no haber ele gido la ofrenda con<br />

mayor tino, los dioses habían dejado su vida a mi merced. Aulló de terror, pensando que la<br />

espada iba a hundirsele en el gaznate, pero retiré el arma de su descuidada barba y me reí de él;<br />

antes de alcanzar el lindero <strong>del</strong> bosque donde se había refugiado un puñado de soldados<br />

supervivientes, se volvió hacia mí y me señaló con su mano huesuda.<br />

-Tu madre vive, muchacho -gritó-. ¡Está viva! -Y desaparecio.<br />

Me quedé plantado con la boca abierta y la espada inerte en la mano. No porque me invadiera<br />

una emoción desbordante, pues apenas recordaba a mi madre y no guardaba memoria de<br />

escenas tiernas entre los dos, pero la sola idea de que estuviera viva desgarraba mi mundo con<br />

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