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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

Budic de Brocelianda, pero Budic estaba fortificando sus propias fronteras y renunció a<br />

malgastar hombres en una causa perdida. Ban llamó a Arturo de nuevo y éste le envió una nave<br />

con un puñado de hombres, mas él no acudió. La guerra contra los sajones se lo impedía. A<br />

amos noticias de Britania, aunque solían ser escasas e imprecisas; supimos que<br />

nuevas hordas de sajones intentaban colonizar la tierra media y ofrecían gran resistencia en las<br />

fronteras de Dumnonia. Gorfyddyd, una gran amenaza cuando salí de Britania, no h<br />

ningún movimiento últimamente debido a una peste terrible que asolaba su país. Los viajeros<br />

decían que hasta el mismo Gorfyddyd había caído enfermo y que seguramente no llegaría a<br />

final <strong>del</strong> año. La misma enfermedad que afligía a Gorfyddyd había terminado con la vida <strong>del</strong><br />

prometido de Ceinwyn, un tal príncipe Rheged. Ignoraba incluso que la princesa se hubiera<br />

prometido de nuevo y confieso que sentí una alegría egoísta por la muerte <strong>del</strong> príncipe Rheged,<br />

pues así no se casaría con la estrella de Pow ys. De Ginebra, Nimue y Merlín, nada llegué a<br />

saber.<br />

<strong>El</strong> reino de Ban se desmoronaba. <strong>El</strong> último año faltaron brazos para recoger la cosecha, y al<br />

llegar el invierno hubimos de refugiarnos en una fortaleza en el extremo sur <strong>del</strong> reino,<br />

sobreviviendo de carne de venado, raíces, bayas y aves silvestres. De vez en cuando hacíamos<br />

una incursion en territorio franco, pero éramos como avispas empecinadas en matar a un toro a<br />

picotazos, pues los francos se multiplicaban por doquier. Sus hachas levantaban ecos en los<br />

bosques durante el invierno, a medida que limpiaban terrenos para levantar casas de labor y<br />

nuevas empalizadas de troncos limpiamente cortados que brillaban al pálido sol invernal.<br />

A principios de la primavera hubimos de retirarnos ante un ejército de guerreros francos.<br />

Llegaron tocando tambores bajo enseñas hechas de cuernos de toro ensartadas en mástiles. Vi<br />

una línea de combate de más de doscientos hombres y comprendí que nuestros cincuenta<br />

supervivientes no podrían romperla jamás, de modo que, flanque ados por Galahad y Culhwch,<br />

nos batimos en retirada. Los francos se burlaron con ganas y nos persiguieron lanzándonos una<br />

lluvia de jabalinas.<br />

No quedó gente en el reino de Benoic. La mayoría había huido a Brocelianda, donde prometían<br />

tierras a cambio de servicios de guerra. Los antiguos asentamientos romanos fueron<br />

abandonados y las malas hierbas inundaron los campos. Los dumnonios marchamos al norte<br />

arrastrando las lanzas a defender el último bastión <strong>del</strong> reino de Ban: la propia Ynys Trebes.<br />

Los refugiados atestaban la ciudad insular. Cada casa alojaba a veinte. Los niños lloraban y<br />

menudeaban las peleas familiares. Algunos fugitivos escapaban en pequeñas naves pesqueras<br />

hacia el oeste, en dirección a Brocelianda, o hacia el norte, en dirección a Britania, pero no<br />

había embarcaciones suficientes y, cuando los ejércitos francos aparecieron en la costa frente a<br />

la isla, Ban ordenó que las naves restantes permanecieran ancladas en Ynys Trebes, en el<br />

pequeño puerto de difícil acceso. Deseaba mantenerlas allí p<br />

cuando comenzara el sitio, pero los patronos de barco son de carácter tozudo y, cuando<br />

supieron de la orden, muchos levaron anclas y huyeron hacia el norte de vacio. Sólo quedó un<br />

Lanzarote fue nombrado comandante de la ciudad y las mujeres lanzaban vivas a su paso por la<br />

calle que la circundaba. Los ciudadanos creían que a partir de ese momento todo marcharía<br />

bien, pues el más grande soldado se pondría al mando.<br />

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