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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

peregrinos que acudían a recibir la bendición <strong>del</strong> Santo Espino. Arturo pidió a un monje que<br />

contara y pesara el metal precioso para extender el recibo correspondiente al monasterio.<br />

Encomendó a mis hombres la supervisión <strong>del</strong> recuento y se llevó a Sansum, empapado y<br />

quejumbroso, a la vera <strong>del</strong> Santo Espino.<br />

-Antes de entrometeros en asuntos de reyes, lord obispo, debéis aprender a cuidar los espinos<br />

adecuadamente -le dijo-. No se os devolverá la capellanía <strong>del</strong> rey, sino que permaneceréis aquí<br />

para aprender agricultura.<br />

-<strong>El</strong> próximo que plantéis, cubridlo con un mantillo - - y mantened la raíz húmeda<br />

hasta que arraigue. No lo trasplantéis cuando esté en flor, obispo, porque a los espinos no les<br />

gusta. Ése ha sido el error cometido con los últimos que habéis plantado aquí; los habéis<br />

arrancado <strong>del</strong> bosque en mala época. Trasplantadlo en invierno y cavad un agujero profundo,<br />

cubridlo con abono y mantillo y obraréis un verdadero milagro.<br />

-¡Perdonadlos, Señor! -dijo Sansum, postrándose de hinojos con la mirada elevada hacia el<br />

Arturo quería visitar el Tor, aunque primero pasó por la tumba de Norwenna, convertida ya en<br />

lugar de veneracion entre los cristianos.<br />

-Fue una mujer maltratada -comentó Arturo.<br />

-Como todas las mujeres -dijo Nimue.<br />

Nos había seguido hasta la sepultura, situada cerca <strong>del</strong> Santo Espino.<br />

-No -se ratificó Arturo-. Son muchos los que sufren malos tratos, y siempre las mujeres más<br />

que los hombres. Pero ésta fue una verdadera víctima y aún no la hemos vengado.<br />

-Ocasión tuvisteis -le reconvino Nimue ásperamente -, pero dejasteis vivir a Gundleus.<br />

-Porque tenía esperanzas de paz -replicó Arturo-; la próxima vez, morirá.<br />

-Vuestra esposa -le recordó- prometió que seria para mi.<br />

Arturo se estremeció, pues sabía la crueldad que había tras las palabras de Nimue; no obstante,<br />

- -dijo-, yo lo prometí.<br />

Se volvió y nos condujo a los dos por entre la lluvia hacia la cumbre <strong>del</strong> Tor. Nimue y yo nos<br />

volvíamos a casa, pero él iba a ver a Morgana.<br />

Abrazó a su hermana en el salón. La máscara dorada de Morgana despedía un brillo mortecino<br />

a la luz <strong>del</strong> día tormentoso; alrededor <strong>del</strong> cuello llevaba las garras de oso engarzadas en oro que<br />

Arturo le trajera de Benoic hacía ya mucho tiempo. <strong>El</strong>la lo abrazó largamente, muy necesitada<br />

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