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El Rey del Invierno. - Gran Fratervidad Tao Gnóstica Espiritual

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CORNWELL, BERNARD CRÓNICAS DEL SEÑOR DE LA GUERRA, vol 1<br />

EL REY DEL INVIERNO<br />

con las primeras luces <strong>del</strong> alba y marchar hacia el sur de Dumnonia en busca de seguridad.<br />

Morgana habló sobria y gravemente, y concluido su mensaje se inclinó ante la reina y se acercó<br />

torpemente para besar el orillo de su vestido azul.<br />

Norwenna apartó el vestido con brusquedad. Había escuchado en silencio la<br />

pero entonces empezó a llorar y, con las repentinas lágrimas, estalló también en un acceso de<br />

rabia.<br />

-¡No eres más que una bruj a contrahecha -le gritó a Morgana- y sólo pretendes que tu hermano<br />

el bastardo sea rey! ¡Pero no lo conseguirás! ¿Me oyes? ¡No lo conseguirás! ¡<strong>El</strong> rey es mi hijo!<br />

- -terció Nimue, pero fue interrumpida inmediatamente.<br />

-¡Tú no eres nada! -gritó Norwenna, volviéndose como una fiera hacia Nimueque<br />

una niña histérica, una perversa hija <strong>del</strong> diablo! ¡Has maldecido a mi hijo! ¡Sé que has sido<br />

tú! Nació cojo porque tú estabas presente cuando nacio. ¡Oh, Dios! ¡Mi hijo! -Gemía y gritaba,<br />

golpeaba la mesa con los puños y rezumaba odio contra Nimue y Morgana -. ¡Idos! ¡Las dos! -<br />

umido en el silencio mientras Nimue y Morgana salían hacia la noche.<br />

A la mañana siguiente Norwenna creyó que todo iba bien porque no se vieron lucernas a lo<br />

lejos, en los montes <strong>del</strong> norte. Ciertamente fue la mañana más hermosa de aquel hermoso<br />

verano. La tierra seguía cuajándose de frutos a medida que se acercaba la siega, los montes<br />

parecían dormitar envueltos en la calina y el cielo amaneció despejado. <strong>El</strong> aciano y las<br />

amapolas florecían entre los espinos al pie <strong>del</strong> Tor, nubes de mariposas blancas revoloteaban<br />

entre las corrientes de aire cálido que mecían los verdes sembrados de las laderas parceladas;<br />

pero Norwenna, sin prestar atención a la belleza <strong>del</strong> día, recitó sus oraciones matutinas con los<br />

monjes que habían venido de visita y anunció que abandon<br />

su esposo en las habitaciones para peregrinos de la capilla <strong>del</strong> Santo Espino.<br />

-He vivido demasiado tiempo entre el mal -anunció con gran presunción; en ese mismo instante<br />

un guardia dio la voz de alarma desde la muralla este.<br />

-¡Hombres a caballo! -gritó el vigía-. ¡Hombres a caballo!<br />

Norwenna echó a correr hacia la empalizada, donde se había reunido un grupo de gente para<br />

ver a los caballeros armados cruzar el puente de tierra que unía la calzada romana con las<br />

verdes cuestas de Ynys Wydryn. Ligessac, comandante de la guardia de Mordred, parecía saber<br />

quién llegaba, pues envió orden a sus hombres de franquear el paso a los visitantes por el muro<br />

de tierra. Los jinetes entraron por la puerta y se acercaron hacia nosot ros portando una brillante<br />

bandera con la enseña roja <strong>del</strong> zorro. Era Gundleus en persona, y Norwenna rompió a reír de<br />

satisfacción al ver a su esposo llegar victorioso de la guerra con el amanecer de un nuevo reino<br />

cristiano brillando en la punta de la lanza.<br />

-¿Lo ves? -dijo dirigiéndose a Morgana-. ¿Lo ves? Tu caldero mintió. ¡Ha habido victoria!<br />

Mordred empezó a llorar al notar la conmoción y Norwenna ordenó bruscamente que se lo<br />

llevaran a Ralla; después envió a buscar su mejor vestido y una diadema de oro para adornarse,<br />

y así, ataviada con galas de reina, aguardó a su rey ante las puertas de la fortaleza de Merlín.<br />

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